Pierre (Benjamin Lavernhe) es un novio insoportable que pone el dinero y coloca las condiciones de una celebración que debe ser sobria, chic y elegante.
El responsable de que se cumplan es un hombre cansado por las dificultades del negocio, los roces con el personal y los devaneos sentimentales, pero Max (Jean-Pierre Bacri) es un profesional y si se descuentan las secuencias iniciales y otra a mitad de la película, todo sucede en un escenario: un castillo francés del siglo XVII y por sus habitaciones, terrazas y grandes jardines.
"La fiesta de la vida" transcurre en el mismo lugar y durante varias horas, desde una tarde preparando el acontecimiento, durante la celebración nocturna y hasta la recogida del material en la madrugada del día siguiente.
Es una comedia que tiene por encima a Max, pero por debajo a un equipo de colaboradores fijos y ocasionales, donde varios llegan por amistad, rebote o parentesco.
Una tropa compuesta por garzones, fotógrafo, cocineros y músicos, que se enfrentan al reto de la perfección -comida, tragos, baile- según la repetida petición del presuntuoso Pierre: una fiesta sobria, chic y elegante.
Los directores Olivier Nakache y Eric Toledano, que tuvieron un éxito resonante con "Amigos intocables" (2011), despliegan una película que contiene ritmo y también lo pierde, pero no ceja en el intento del engarce y la continuidad.
Es una película de corte masivo, popular y recargada de humanismo en conserva, donde el coro de personajes no representan la edad que tienen; es decir, físicamente son adultos, pero sus conductas los instalan en otra etapa, porque son inútiles, torpes, inmaduros y de limitado entendimiento.
Adultos no son. Tampoco niños. Quizás son el eslabón perdido.
Y desde esta zona parte y termina el humor de "La fiesta de la vida".
Guy (Jean-Paul Rouve), fotógrafo glotón y de pocas entendederas, está ahí más por pena que por hacer bien las cosas.
James (Gilles Lallouche), un cantante de reemplazo y de escasa monta, pero hace lo que puede.
Adèle (Eye Haidara), la ayudante de Max, una mujer que anda rabiosa por la vida y apenas puede con su mal humor.
Y la tropa de garzones que por un centenar de euros la noche, más 47 si de disfrazan y colocan una peluca del siglo XVII.
Lo que se deja caer sobre Max y su grupo, como es evidente, son los imprevistos, los desaguisados, los cortes de luz y las torpezas.
Es un cine fácil y comestible que se extiende por un universo reconocible que está lejos del toque de Robert Altman en "Un matrimonio" (1978), por ejemplo, donde el evento era la guinda de la sociedad y un laboratorio para diseccionarla.
"La fiesta de la vida" es ligera, se pone cada vez más sentimental y el único personaje elaborado es Max, que durante un rato (corto) se ilumina y parece entender la naturaleza del lugar donde está metido, por lo tanto se apesta, desespera y desalienta. Con toda razón.
"C'est la vie!" Francia-Canadá-Bélgica. 2017. Director: Olivier Nakache y Eric Toledano. Con: Jean-Pierre Bacri, Gilles Lellouche, Eye Haidara. 117 minutos. T.E.