¿Qué lecciones deja la campaña electoral que acaba de concluir y el resultado que arrojó?
Para explicar la principal de todas -que enseña, de paso, cómo será la política en el tiempo que viene- es útil intentar responder una pregunta: ¿De qué dependen las preferencias electorales de la gente?
Una parte de la literatura sugiere que las preferencias políticas dependen de clivajes preexistentes, de las posiciones materiales o simbólicas que las personas poseen en la estructura social (esta fue la famosa tesis de Lipset y Rokkan). Por lo mismo, se seguía de esta tesis, si usted conoce los diversos clivajes (la literatura incluso los clasifica), usted podía predecir en grandes números la adhesión política. Otra parte de la literatura, en cambio (por ejemplo las investigaciones de Lijphart), pone el énfasis en la agenda de temas de los partidos como la variable independiente que, solo parcialmente enlazada con el clivaje, tiene gran influencia en las preferencias de los ciudadanos.
Pues bien, lo que enseñan los resultados de esta elección presidencial (que ya se insinuaban desde la elección municipal) es que los viejos clivajes de la sociedad chilena, la clase social, la adscripción religiosa, la ruralidad, etcétera, no son predictores fieles de la adhesión política ni hacen probable la adhesión a la agenda temática de los partidos.
Y lo más seguro es que esos viejos clivajes importen cada vez menos.
¿Por qué?
La razón es tan obvia que parece majadero recordarla.
Lo que ocurre es que la sociedad chilena se ha modernizado (y aunque la izquierda se avergüence, ello fue su obra). Y como la literatura lo muestra hasta el hartazgo, cuando eso ocurre (cuando las condiciones materiales de la existencia cambian) los seres humanos se individualizan, la vida se vuelve más electiva, se desancla de aquello que antes permitía definirla, y los ciudadanos se vuelven más indóciles, su comportamiento rehúsa ser comprendido.
Lo anterior no significa, desde luego, que no exista clivaje alguno o que no haya posición simbólica que influya en las decisiones de la gente.
La hay, desde luego, pero ella no es una posición en el sistema productivo, sino una experiencia vital.
Una experiencia vital.
Se trata de la experiencia de haber cambiado la vida y sus condiciones materiales en breve lapso, accediendo a un bienestar que la propia memoria familiar no atesoraba. Esta experiencia vital -una experiencia de autonomía, de confianza en las propias fuerzas que es lo que alimenta el ideal meritocrático y que es la biografía hoy de millones- es, por decirlo así, el clivaje simbólico, inmaterial, que influye fuertemente en el comportamiento y las preferencias de la ciudadanía.
Por derogar esa experiencia vital (sea con el discurso redentor del Frente Amplio, sea con el paternalismo pije que inundó el segundo gobierno de Bachelet y cuyo principal exponente fue Eyzaguirre), la Presidenta deberá entregar el poder por segunda vez a la derecha. Y por haber estado más atento y sensible a esa experiencia vital (apagando el tonto aristocratismo que se anida entre algunos carcamales de la derecha), Piñera obtuvo la votación que obtuvo.
Esa es la principal lección de esta campaña.
Puede llamársele la nueva cuestión social. Si durante todo el estado de compromiso (1932-1973) el problema fue incorporar al proletariado a los bienes de una sociedad que se expandía; hoy y mañana la cuestión social será atender los temores y brindar reconocimiento a esos grupos medios que hoy disponen, en medidas equivalentes, de bienestar material y temor a quedar, por enfermedad o vejez, a la intemperie. Esta debe ser la agenda de la política chilena en los años que vienen.
Es de esperar que la izquierda, cuando pase el infantilismo que suele acompañar a la derrota y que lleva a intentar explicaciones estúpidas (como que lo que parece derrota es en realidad un triunfo y tonterías como esa), abandone el aire religioso que ha llevado a parte de sus intelectuales a abrazar ideales puramente normativos, y principie a mirar de una vez por todas la realidad, que es la casa -y la prisión- de la política.