Lo innegable de "Black Mirror", la serie que ahora emite Netflix pero que nació en la TV inglesa como una creación del ganador del Emmy, Charlie Brooker, es que desde su primera temporada ha sabido leer los tiempos de cambios tecnológicos desde una inteligente ficción.
Los seis episodios de la cuarta temporada, que se libera este 29 de diciembre, siguen la misma tónica que sus temporadas anteriores: abrazan la tradición de maravillas de antaño, cuando la TV se consumía en la TV, como la serie "Galería nocturna", de Rod Serling, y su visión macabra de la realidad. Pero Charlie Brooker, el padre de "Black Mirror", sigue expandiendo los límites más allá de lo esperado, y este nuevo ciclo posee un notorio upgrade de producción (cada capítulo es una acabada película que no requiere un homenaje a la series B quizás para disimular una falta de recursos). También es una jugada osada, porque evita repetirse aunque se esté hablando de lo de siempre: de ese espejo negro que Brooker nos pone frente a nuestras narices para mostrarnos la realidad que nos acecha.
La tercera y anterior temporada de "Black Mirror" tuvo un episodio estrella: "San Junipero", la increíble historia que nadie vio venir sobre dos entrañables mujeres (Mackenzie Davis y Gugu Mbatha-Raw) buscando su pedazo de paraíso en una recreación digital de los años 80. El episodio estrella de esta cuarta temporada es "USS Callister", el infierno del que quiere escapar la tripulación de una nave espacial cuando un solitario nerd (el notable Jesse Plemons) crea su propio paraíso virtual.
Las fotos promocionales y lo poco que se conoce (tranquilos, no voy a dar spoilers) de USS Callister nos pueden hacer creer que esto va de una parodia de "Viaje a la estrellas" y a sus seguidores. Pero no. A pesar de los santos y señas al mundo nerd, este capítulo -y toda la serie en verdad- es una invitación para que todo público venga al abordaje de esta aventura.
"Black Mirror" posee la virtud de apostar por el riesgo en su propia zona de confort en este ciclo al abrir el flanco a nuevos formatos como el episodio "Black Museum": un mini "Galería nocturna" (contiene varios episodios en su propio desarrollo). Y también va un paso más allá porque hay, más que nunca, una diferencia de tonos y texturas entre sus seis capítulos: nada más distinto que "Arkangel", dirigido por Jodie Foster, sobre la sobreprotección materna; y el más punkie "Metalhead", en blanco y negro, sobre el miedo real que podrían causar esos robots "perros" cuyos videos, actualmente, son éxitos de visitas en redes sociales. Nada más diferente que el capítulo "Hang the DJ", que reflexiona sobre la búsqueda de parejas compatibles en línea, algo que podía parecer una fantasía hace solo un lustro y que ya es usanza entre muchos millenials (y no tanto); y el episodio "Crocodile", sobre una mujer que oculta un terrible secreto entre sus recuerdos.
Nuestras adictivas relaciones con pantallas de celulares, tablets, inteligencias artificiales, androides y todo lo que hace solo unos años parecía ciencia ficción del futuro, "Black Mirror", de la mano y genio de Charlie Brooker, los conjuga en clave "presente" y nos ofrece de vuelta un reflejo estremecedor. Esa fue, es y sigue siendo la invitación de esta serie y su creador: un viaje increíble al más creíble de los mundos.