La saga que partió en 1977 se mantiene gracias a la inercia de una industria poderosa con la globalización, el auge de los efectos visuales y una fórmula narrativa que reúne dos datos de la causa: novedad y nostalgia al mismo tiempo.
La serie se regenera mientras integra una generación tras otra, y esto es bueno para los espectadores y los protagonistas.
Historias que mezclan gente nueva con antiguos tercios; en lo específico, es el viejo Luke Skywalker (Mark Hamill) con la heroína Rey (Daisy Ridley), y una de sus frases es clave: "Nadie se va en realidad".
Así es que lo que alguna vez hizo Yoda en un planeta húmedo y brumoso, ahora le corresponde a Luke en una isla abandonada.
Se repite el ritual del maestro y el discípulo.
Es la posta del conocimiento y el descubrimiento.
Es más antiguo que el hilo negro: encontrarse a sí mismo.
Encontrarse con el cine como gran espectáculo, para los espectadores.
Encontrarse con un rol y una misión en la aventura espacial, para los protagonistas.
Además, el primer desprendimiento y lo mejor hasta ahora, "Rogue One: una historia de Star Wars" (2016), probó que la resurrección por computación funciona con personajes desintegrados e incluso con actores muertos.
Es decir que todo es posible en Stars Wars, nadie está realmente desaparecido, y ese spin off le proporcionó un vigor inesperado a una saga que no tuvo con "El despertar de la fuerza" (2015) un gran despertar, precisamente.
Ahora, el episodio VIII, también es una película remolona, demorosa y que tarda demasiado en salir del letargo.
Lo que abundan son los diálogos lentos y pausados del maestro Luke con Rey, a propósito de la fuerza y su origen. Algo dicho y redicho una y otra vez, porque en la saga la primera fuerza, como se sabe, es un asunto de paternidad, con hijos e hijas desconcertados y el devaneo sobre el lado bueno o malo de la familia y la enseñanza.
Esta película está compuesta por esa materia gris y repetida, y de repente recurre a las secuencias y personajes probados.
Canto Bight, un planeta casino, está para las secuencias con despliegue de criaturas, máscaras y diseño extraterrestre.
El personaje de Benicio del Toro es un decodificador y también un truhán que en una película de la saga puede ser bendito y en la otra, quizás, maldito. O viceversa.
Es, como siempre, una narración episódica, con dos o tres intrigas paralelas que se conectan en la batalla final que, a su vez, se parte en dos: es multitudinaria, por un lado, y es un duelo entre dos, por el otro.
Ni el episodio VII ni el actual están entre lo mejor, y la paradoja es que la película notable y autosuficiente estuvo entremedio: "Rogue One".
Si la saga sigue en este proceso desangelado, ni la inercia de la industria la rescata. "Nadie se va en realidad", la frase de Luke Skywalker, dejó entrar otro sonido: parece una amenaza.
"Stars Wars: The last Jedi". EE.UU., 2017. Director: Rian Johnson. Con: Daisy Ridley, Adam Driver, Mark Hamill. 152 min. TE + 7.