Pablo Guede ha sido el gran tema que deja este Colo Colo campeón del Transición. A ninguno puede resultarle curioso que el personaje dramático que encarna el entrenador argentino fuese el eje del debate posterior a la vuelta olímpica. El protagonismo del técnico es uno de los máximos atractivos que tuvo el equipo este segundo semestre, cuyo justificado título tampoco es causa de desmedida admiración. El Cacique fue el mejor, el más robusto futbolísticamente, el que respondió a las exigencias con mayor solidez colectiva y que en lo individual fue capaz de compatibilizar la madurez de sus figuras con la necesaria dosis de recambio generacional. La fórmula, no por vieja desgastada, funcionó y Colo Colo fue, en síntesis, un legítimo campeón.
Es en ese contexto que Guede llama la atención, porque a lo largo de su conducción impuso un estilo provocativo que siempre obedeció a urgencias pasajeras o a arranques de solapada arrogancia. El entrenador no se distinguió mucho de otros ex colegas de banca que, frente a apremios propios de un torneo que por su duración no deja muchos espacios a los tropiezos, transformaron su discurso en un estado de paranoia que ya es parte del paisaje inamovible del Monumental. Guede nunca se sacudió del generalizado recelo que invade a los colocolinos cuando los resultados les son adversos y pretenden tapar los malos rendimientos echándoles la culpa al arbitraje o a los intereses de grupos fácticos que, supuestamente, favorecen a Universidad de Chile o algún otro club de cierto peso.
Su desconfianza -y desprecio- ante las críticas y la permanente sospecha de que tras cada pregunta hay una retorcida intención de dañarlo o menoscabar sus capacidades han hecho que del técnico tácticamente revulsivo y pintorescamente extrovertido que pasó por Palestino, hoy nos encontremos con un adiestrador que no acepta la disidencia y que calcula cada palabra que sale de su boca, principio que se ha extendido a la cancha con un planteamiento futbolístico sin duda más pragmático y menos atrevido.
Más que cuestionarlo o empatizar con él, de aquí en adelante a Guede hay que observarlo. Tendrá con Colo Colo en la Copa Libertadores la gran prueba de maduración técnica que se les exige a los entrenadores de un nivel superior a la media. Primero, para conformar un plantel que escale más allá de la primera fase y cuyo potencial de juego compita a lo menos con clubes de nivel similar. Segundo, para densificar su ideario futbolístico, en el que no solo la intensidad y dinámica sean los fundamentos dominantes para someter al rival. Y tercero, para que con la experiencia acumulada, pierda el temor a fracasar y recupere aquella originalidad que hace unas temporadas lo hizo descollar con una propuesta estimulante y audaz.