Me han preguntado si podría vivir sin libros y la respuesta es sí. De hecho, intuyo que la ausencia total de libros en mi entorno inmediato me reportaría una especie de alivio mental, algo así como un prolongado paréntesis de silencio. A estas alturas de la vida me gustaría volver todas las tardes a una habitación blanca con una cama alta, algunas fotos, una estampa de la Virgen, una lámpara de alabastro, alguna cosa de cristal puesta en el vano de las ventanas por las que se ve un paisaje boscoso. Sé que podría estar tranquilo sentado a la vera de esa cama, escuchando pasar las horas en las ramas que el viento raspa contra el techo.
No quiero negar con esto -de una manera soberbia o vanidosa- la importancia que tienen los libros en la vida de cualquier individuo. Hay un momento liminar en el que necesitamos hacernos un bosquejo muy amplio del mundo a través de las experiencias de los otros. Cada cosa que leemos resuena de manera particular, nos involucra, nos incomoda o nos ilumina. El autor del libro que en la adolescencia llevamos para todos lados es un compañero de desplazamientos. Así lo entendemos en ese momento.
Es famosa la observación de Nietzsche, que el espíritu primero es camello, luego león y más tarde niño. Echo de menos esa primera etapa en que la emoción intelectual -recién descubierta, luego de la deportiva y la amatoria- estaba ligada a la cantidad de volúmenes que podía adquirir en calidad de compra o de préstamo. Una bolsa con cinco o seis libros era un prospecto de felicidad, un conjuro contra el aburrimiento tan temido.
¿Puede aceptarse todo esto? , el libro de Claudio Bertoni publicado por Tajamar Editores, me ha suscitado estas especulaciones. Se trata estrictamente de las anotaciones, apostillas, comentarios de Bertoni puestos al margen de las citas de los autores con los que ha convivido tanto: Kafka, Cioran, Schopenhauer, Simone Weil, Camus, Thomas Merton, entre muchos, entre cientos. Me parece que a veces uno podría prescindir de la cita original y leer tan solo el comentario, que en la medida en que se alarga se va insinuando como ensayo.
Así nació, por lo demás, el género en el que estos textos se acomodan más: el ensayo. Eso lo sabe todo el mundo: que Montaigne comenzó por extraer citas de los antiguos y luego continuó con sus propios comentarios y más tarde sus comentarios se alargaron hasta superar la extensión de la cita.
Pensar, leer, comentar, no pensar nada, quedarse callado, escribir. Así es el flujo con cuyas inflexiones uno va graduando el paso de su tiempo. Bertoni una vez más nos pone en esta frecuencia con un libro hecho de pedazos de libros que no puede, paradojalmente, ser acusado de libresco. Cada cita-pretexto es equivalente a una experiencia en la vida real o "extraliteraria": un hoyo con agua, un atardecer, un paradero de micros vacío en mitad de la noche.