"Y sentí ese escalofrío súbito -terror-, luego un sabor amargo prolongado, como bilis que no se atenúa por más tragos de agua- traición, cuando la encontré allí, en ese piso... Eduarda, mi amor, cómo es posible, cómo fue posible... mi amor, no pude tolerar la poza avanzada hacia mis pies. Como una extensión de su vida aquella sangre buscándome, acercándoseme como una mano que pide ayuda. 'Pero ya estaba muerta?', más de alguien dijo tiempo después, para calmarme o para cambiar la expresión en mi rostro culposo. Y me fui, arranqué de ahí dejando esas manos sangrantes sin abrazo de despedida. Simplemente no me la pude: tuve que huir, amiga mía. Tuve que huir".
El parlamento anterior pertenece a Concepción, narradora y coprotagonista, junto a Eduarda, de Concepciones , séptima novela del prolífico, hábil e intenso Nicolás Poblete (1971). El autor no se anda con chicas y así como ha publicado por su cuenta una ficción bilingüe -En la isla-, el resto de sus títulos ha sido traducido al inglés y al croata, lo que podría significar que es más leído afuera que aquí, algo relativamente importante al evaluar el conjunto de su obra. Posiblemente su caso no sea otro más del profeta fuera de su tierra, si bien nunca parece ocioso destacar un currículo impresionante, sobre todo tratándose de un novelista chileno. El corpus de Poblete se caracteriza por la versatilidad, el empleo de procedimientos diversos y contrastantes, la creciente complejidad, a ratos laberíntica, de sus argumentos y desde luego, el cambio de tiempo constante a medida que se desarrollan sus historias, rasgo que en Concepciones alcanza un nivel un tanto exagerado, porque la aglomeración de situaciones sin claridad cronológica, puede hacer difícil seguir la trama y saber qué es lo que está pasando a cada vuelta de página. Así, el pasaje transcrito, que se encuentra más o menos al comienzo del libro, de alguna manera nos revela su final, aunque, por otra parte, Concepción se refiera una y otra vez, en el modo de la crónica de una muerte anunciada, al hecho de que Eduarda ha dejado de pertenecer al reino de los vivos.
Ambas chicas han sido compañeras de curso en el St. Mary's School, un establecimiento educacional de clase media baja, con consignas ridículas, formación académica mediocre y pretensiones que no ocultan la raigambre de medio pelo. Su amistad, que llega a ser una relación más íntima que la de hermanas, se origina en la temprana infancia y culmina en la edad adulta, cuando ya son inseparables. Eduarda se inicia desde muy niña en la prostitución, cobrando por sus servicios sexuales a alumnos, profesores y otro sinnúmero de miembros del plantel de enseñanza. Lo hace como si se tratara de la forma más natural para ganarse unos pesos y es evidente que le va bien. Cuando el maestro de Matemáticas la reprende por su comportamiento, informándole que hay becas para estudiantes de pocos recursos y señalándole que está corrompiendo su alma, ella le responde: "¿Y usted? ¿Acaso no está comprando acciones de este colegio? Su esposa trabaja como secretaria en este colegio y sus hijos están gratis aquí. ¿Acaso no está usted tras el dinero? ¿Cómo andan sus valores?". Se comprenderá que con este razonamiento, Eduarda está más que preparada para una carrera estelar en un submundo de modelaje, hoteles parejeros, bares de mala muerte, cafés con piernas, proxenetas, clientes surtidos y poco selectos, desde viejos impotentes a tipos mal agestados, más toda una galería de seres tan patibularios y necios, que darían risa si no fuera por la prosa alucinante y saltona de Poblete. Concepción no tarda en seguirle los pasos y su incesante monologar se refiere a la sordidez de su medio familiar, a una serie de personajes que entran y salen de la trama, cada cual más repulsivo y, claro, a las dietas para adelgazar, la comida chatarra, los físicos de las personas, los distintos tipos de ropas, las marcas, la música que escuchan, toda proveniente del medio angloamericano, en fin, un entorno crepuscular de lo más placentero.
Concepciones es, entonces, un relato harto desagradable, por no decir que por momentos es de frentón repelente. Como sea, la opción de Poblete es válida, legítima, audaz y en parte coincide con volúmenes previos de su autoría, tales como No me ignores , que expone la patética trayectoria de un asesino en serie, que elige tal oficio con el fin de llamar la atención. Sin embargo, en Concepciones hay algo aún más radical: la descripción de las relaciones carnales cual si fuesen trámites pasajeros colmados de detalles grotescos y por lo general patéticos, la obsesión por la suciedad, la mugre, los parásitos, los interiores destartalados y ruinosos, la minuciosa detención en contar cómo son, a qué se parecen, qué color tienen, qué olor poseen los fluidos humanos. Sí, a veces hay plantas, flores, fragmentos de paisajes que podrían sugerir una cuota de humanidad dentro de una crónica tan inhumana, pero son solo eso, o sea, retazos que más bien acentúan el carácter oscuro, histérico, destemplado de Concepciones . En verdad, Poblete retrata un ambiente que podría parecer inverosímil, aunque por desgracia resulta convincente. Si hubiera elegido un estilo realista o lineal, es bien probable que este libro fuese arduo de digerir. Al elaborar Concepciones mediante una masa prosística compacta y en ocasiones impenetrable, consigue que experimentemos el placer culpable de sentirnos fascinados por su perturbadora narración.