Cuando Carolina Goic anunció su postulación a La Moneda formuló la siguiente idea fuerza: su candidatura "era una aspiración de la gente decente de Chile".
La decencia en política puede incluir una gama de actitudes, entre las cuales se distingue la lealtad a los principios e identidad del partido al cual se pertenece; lealtad a las propias convicciones y a las razones que sostienen la candidatura. Se trata de un compromiso asumido en correspondencia con los valores que se poseen, como manifestación de integridad personal. El idealismo es propio de la política y generalmente factor que induce a dedicarse a ella, pero a la vez el ideal exige "ejemplaridad", "consecuencia". Es el rasgo moral que enaltece al político.
Ser prudente es parte también de la decencia política, actitud que el dogmatismo ideológico desconoce. Prudencia en medir las consecuencias de las palabras usadas en discursos, debates o impugnaciones. La política es una lucha, pero tiene sus códigos y no "todo vale" en su ejercicio, porque la decencia también se expresa en el respeto. Por lo demás, no hay acción humana que pueda desligarse de criterios éticos. Ellos son los que orientan, en política, la conducción hacia las mejores formas de materializar razonadamente el plan de acción, sin ceguera ni aplanadoras mediante.
A través de la campaña y gracias a las intervenciones de Carolina Goic, comprendí qué quiso decir con aquello de "la aspiración de la gente decente". Apuntó a desleales parlamentarios de su tienda, quienes resolvieron asegurar por adelantado el apoyo a Alejandro Guillier, por estar mejor aspectado para el 19N. Los calificó de hipócritas, porque nunca la habían apoyado y por trabajar solapadamente por el señalado contendor, y también apuntó hacia él, por sus malas prácticas, al preocuparse solo de juntar votos, sin importar las propuestas y temas de contenido, mientras que su candidatura respondía a principios y ella debía ser coherente con un liderazgo ético y trasparente. Hizo suya la idea de que sin ética no hay justificación para la búsqueda del poder, ética que no veía en el candidato en cuestión, y hasta manifestó haber recibido de su parte descalificaciones y agresividad.
Corriendo el mes de octubre, señaló que no apoyaría la candidatura de Guillier porque no compartía acuerdos a espaldas de la ciudadanía y sobre la Nueva Mayoría sentenció que no sería parte de una coalición de izquierda aliada del Partido Comunista.
Todo este aparente castillo conceptual de valores y virtudes levantado durante la campaña se derrumbó. Tras 24 horas de la derrota electoral, renunció a la presidencia de su colectividad y formuló su apoyo a Guillier. Se plegó a una coalición integrada desde el PPD hasta quienes se ubican más a la izquierda del Partido Comunista, idénticamente a como lo habían hecho los desleales parlamentarios que llamaron a respaldar sin condiciones al abanderado de la Fuerza de Mayoría. ¿Se dio cuenta que se sumaba a los hipócritas?
Es corriente que políticos se desdigan rápidamente de sus declaraciones, pero retractarse hasta llegar a ser absolutamente inconsecuente, es ir muy lejos. ¿Qué puede decirse de tal proceder? ¿Qué de común puede existir -salvo el anhelo de poder por el poder- entre los partidos y fuerzas de izquierda que votarán por Guillier y los simpatizantes y militantes de un partido que fundaron y lideraron por décadas personas reconocidas como decentes, al margen de las diferencias políticas que se tuvieran con ellos? Los aludidos que ingresaron al bloque guillierista pasaron a formar parte de un bloque que muestra serias similitudes con la fallida Unidad Popular. Claro que, en esa ocasión, aquellos falangistas renunciaron al partido (1969, el MAPU), porque habían dejado de serlo.
Los militantes y simpatizantes que votaron por ella, ¿cómo actuarán ante esa falta de "ejemplaridad" y de consecuencia?