¡Qué pobre escenario el de esta segunda vuelta presidencial! Tener que elegir entre Piñera, que se ha movido en la cuerda floja de lo legal y lo ético y ha reducido la política a lo económico, y Guillier, un político sin energía, sin contenido, que más que representar el mundo "progresista" a ratos parece ser el candidato de los operadores en el Estado de una coalición ya muerta. Estamos en el peor de los mundos: tener que votar por el mal menor. La resignación al mal menor es el comienzo de la decadencia.
El empobrecimiento de la política es responsabilidad tanto de la izquierda como de la derecha y del "centro", que a estas alturas no sabemos qué es y dónde está. Pero también es responsabilidad de los ciudadanos, que siguen votando por los "males menores" en sus ciudades y regiones, legitimando caudillismos clientelistas nefastos. Entre los diputados y senadores electos hay rostros nuevos y esperanzadores, pero también muchos representantes de lo peor de la mala política.
¿Cómo escapar de este escenario paupérrimo al que nos ha condenado la mala política? Hay una manera de escapar de Tontilandia (así bautizó Jenaro Prieto a Chile) y es a través de la imaginación, la madre de todas las facultades. Todos tenemos derecho a soñar. Voy a imaginar, entonces, una elección en la que se nos permita a los votantes "náufragos" y huérfanos introducir una tercera opción. Como Nicanor Parra, que en el contexto de la dictadura militar levantó el candidato más aglutinador de todos: Nadie. ¿Y por qué Nadie? Porque Nadie tiene visión de país, Nadie quiere recuperar el sentido genuino de la política. ¡Nadie es el candidato por un Chile mejor! No hay que despreciar a este don Nadie: recordemos que el navegante griego Ulises se salvó de que se lo comiera el monstruo Polífemo identificándose ante él como "Nadie".
Nuestros políticos son energúmenos, como ese Polífemo: monstruos de un solo ojo, sin visión. ¡Y nos quieren devorar! Como Ulises, debemos enfrentar, además, los escollos de los cantos de Sirenas: los ofertones y promesas vacías, los programas (o compendios) mentirosos. Nadie, entonces. Esa es la alternativa antipoética. Pero existe una alternativa más poética que es pensar que para estos tiempos crispados, vertiginosos, lo que hace falta es un Presidente sereno, que no agite más las aguas de lo que ya están. Ni el hiperkinético Piñera ni el desganado Guillier.
Necesitamos la figura del Sabio. Un Lao-Tsé "chilensis". ¿Y quién podría ser? Propongo a Gastón Soublette, profesor de estética, estudioso de la sabiduría popular y la cultura mapuche, un anciano venerable. Me lo imagino entrando a La Moneda con su clásico poncho de lonko y saludando a las multitudes con un discurso con mucho sentido común. Porque eso es lo que nos falta hoy: sentido común. Me dirán que no es un buen gestor... ¡Pero ser buen Presidente no es ser solo buen gestor! Mitterrand dijo una vez: "yo soy tal vez el último Presidente; después ya no habrá Presidentes, sino contadores".
Gobernar un país es también educarlo, ya lo dijo Pedro Aguirre Cerda. Lo que está muy mal en Chile es el estado de ánimo: los países y las personas no crecen si están llenos de rabias (algunas justificadas, otras no), resentimiento, odiosidad, miedos. La derecha aporta miedo; la izquierda, resentimiento. De esos dos estados de ánimo nada bueno puede salir. Soublette, con su mirada transparente y ritmo armónico, lo haría muy bien: crearía, para pensar las grandes directrices del país, un Consejo de Ancianos y Jóvenes: la fractura generacional es un gran tema hoy en Chile. Y un diálogo entre los sabios que dan la templanza y los jóvenes que traen la energía nueva es urgente. Las culturas -ya lo dijo Ricoeur- se construyen haciendo la síntesis de tradición e innovación.
Propongo, entonces, que se nos permita introducir una tercera opción en la papeleta. Piñera y Guillier: ¿se atreven a competir con Nadie o Soublette?