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Editorial
Lunes 20 de noviembre de 2017
Carestía de los medicamentos (I)
"Se busca obligar a los médicos a prescribir solo genéricos, dejando en manos de las farmacias su reemplazo por sustitutos de efectos similares, pero la solución es dudosa".
Un tema que en su campaña presidencial el ex Presidente Piñera ha puesto sobre el tapete es el del costo de los medicamentos en Chile, el cual sería superior al de otros países. Entre otras medidas para subsanar ese problema, ha indicado que la central de compras estatal, Cenabast, podría hacerse cargo de inyectar más competencia en el mercado farmacéutico importando medicamentos más baratos.
La preocupación no es nueva. El propio ex Mandatario abordó el tema en su administración mediante dos iniciativas. La primera de ellas, patrocinada desde el Ministerio de Economía, autorizaba la venta directa (sin receta) de remedios en supermercados u otros locales comerciales. Con ello se pretendía ampliar la oferta de medicamentos, rebajar sus precios y facilitar su acceso a ellos en barrios carentes de farmacias. Pese a que la venta directa representa solo un 20% del gasto en las farmacias, el proyecto encontró gran resistencia en el sector y terminó siendo rechazado por el Parlamento. Bien podría el próximo gobierno insistir en ello.
La otra iniciativa -patrocinada por el Ministerio de Salud- se dirigía al segmento más importante, los medicamentos con receta, que abarcan el 80% del gasto. A diferencia de la anterior, la correspondiente ley fue aprobada en febrero de 2014. Su propósito fue promover el empleo de medicamentos "bioequivalentes", ya sea "genéricos" o "similares", en reemplazo de aquellos "de marca", que corresponden a producto original y, por tanto, suelen ser considerablemente más caros. Para ello se impuso la obligación de indicar en la receta médica no solo el nombre comercial del medicamento prescrito, sino también la denominación del respectivo genérico, y se impuso la progresiva certificación de los atributos terapéuticos de medicamentos genéricos y similares -su certificación de bioequivalencia-, a fin de asegurar una efectividad semejante a la de los originales. Ello es práctica internacional, aunque en Chile -como ocurre hoy en Argentina- no era requerido.
Contrariamente a lo esperado, la nueva ley no abarató los remedios. Según se ha detectado, más bien contribuyó al encarecimiento de los similares (ahora con bioequivalencia verificada) y a la desaparición de los genéricos (porque no pareció rentable para los laboratorios obtener la certificación correspondiente). Por ello se tramita en el Congreso una "Ley de Fármacos II", que obligaría a los médicos a prescribir solo genéricos y dejaría en manos de las farmacias su reemplazo por sustitutos de efectos similares. Es dudoso que ello contribuya a una mejor decisión. Otros países, buscando también ampliar la capacidad de elegir medicamentos más económicos, han establecido incentivos pecuniarios para las alternativas bioequivalentes. Tal vez Chile podría beneficiarse de ese esfuerzo y reconocer automáticamente tal calidad a los medicamentos genéricos así calificados en países que nos merezcan confianza.