Nam Chul-woo es un pescador que vive con su esposa y su hija en la provincia norcoreana de Hwanghae del Sur, limítrofe con Corea del Sur. En los primeros minutos del metraje, a pesar de la advertencia de un guardia de fronteras, el motor de su bote se estropea y el flujo del río lo lleva al otro lado de la frontera más peligrosa del mundo.
Esta es la situación básica. El hombre no quiere huir, no quiere cambiar de país, no quiere dejar a su familia.
Simplemente se lo lleva el río. Pero como nada que atraviese el paralelo 38 es normal, Nam es arrestado por las fuerzas de seguridad de Corea del Sur, bajo todas las sospechas posibles, empezando por la de espionaje.
Nam queda en la encrucijada completa: está a cargo de un guardia joven e ingenuo, Oh (Lee Won-geun), que vela por sus derechos humanos, mientras en paralelo lo interroga un inspector (Kim Young-min) que está sediento de descubrir espías, sin detenerse en los métodos. El bueno y el malo, el blando y el duro, el amigo y el enemigo.
Kim Ki-duk es un cineasta de lo inmaterial o, mejor, de la desmaterialización de la vida para cultivar sus elementos trascendentes: el ascetismo, la humildad, el silencio, como sueñan o intentan los protagonistas de Hierro 3, El arco, El tiempo. Es un buen cineasta en eso; sus películas están cargadas de sugerencias e inspiraciones, incluso excéntricas. Pero pasar desde allí a la pedagogía política -a cómo puede hacerse la paz entre dos países que son un solo pueblo- constituye un salto cuando menos arriesgado.
Y así es. Kim no está dotado para meterse en los entresijos del conflicto político que mantiene a Corea dividida. No es muy astuto describir a Corea del Norte simplemente como "una dictadura" para luego tratar de equilibrarla con la pobreza que produce la Corea del Sur capitalista; los problemas sociales no se anulan unos con otros, ni tienen estatutos idénticos, sin jerarquía, sin prioridades. Tampoco se trata de que los ciudadanos del norte se den la mano con los del sur y todo resulte hermanablemente resuelto.
Pensar de esta manera tiene consecuencias sobre el lenguaje fílmico. Muchas, demasiadas secuencias están filmadas como pequeñas unidades maniqueas: planteamiento, causa, efecto, lección. El espectador es infantilizado, mientras el relato deriva hacia una colección de moralejas.
Kim Ki-duk ya lo había intentado con otra película sobre la frontera, El guardacostas (2002), de resultado pobre, acaso el más bajo de su filmografía. Y aunque ya lo había intentado, esta vez le ha salido un poco peor.
Geumul
Dirección:
Kim Ki-duk.
Con: Ryoo
Seung-bum, Lee Won-geun, Kim Young-min, Choi Guyhwa, Son Min-seok, Jeong Ha-dam.
114 minutos.