En el debate de antenoche, y al explicar por qué alguna vez promovió las isapres y luego, como candidato, las consideró una fuente de abusos, Alejandro Guillier dijo:
"Mi rol como periodista es uno, mi rol como gobernante es otro".
Y Beatriz Sánchez, en entrevistas sostenidas apenas ayer, sostuvo que su desempeño como líder de una coalición ha adolecido de defectos. Y explicó la causa:
"En lo personal, no vengo del mundo político tradicional, estaba cumpliendo roles como periodista (...) Me faltó experiencia en conglomerados políticos".
En suma, ambos candidatos reconocen algo obvio y que a cualquier observador salta a la vista. Una cosa son los atributos del periodista, otros los del político.
Al efectuar ese reconocimiento ponen de manifiesto, quizá inconscientemente, un problema que atraviesa sus respectivas candidaturas: las virtudes que ambos exhibieron en su desempeño periodístico -actitud inquisitiva, opinión que parecía imparcial, rostro que procuraba atraer a todas las audiencias- no son virtudes a la hora de la competencia política. Esta última, más que actitud inquisitiva, requiere cierta astuta discreción; en vez de imparcialidad, una actitud partisana; en vez de ser un simple rostro, requiere tener algunas ideas. Y salvo que Guillier y Sánchez posean a la vez las virtudes del periodista y del político -inquisitivos, y a la vez discretos; imparciales, y al mismo tiempo partisanos, rostro e ideólogo-, no se observa por qué alguien pudo pensar que el éxito que tuvieron en los medios podría traducirse en éxito en la arena política.
Como es obvio, su decisión de entreverarse en la competencia política es plenamente comprensible a nivel personal. La generosidad o el narcisismo, o, lo que es probable, una mezcla equilibrada de ambos, pueden explicarla.
El verdadero misterio es qué pudo ocurrir a esas fuerzas políticas, o a sus dirigentes, para decidir que esas personas podrían ser sus candidatos.
Y al reflexionar sobre ello se descubre un rasgo de la política contemporánea que pocos estarían dispuestos a reconocer, pero que salta por todos lados y que esas fuerzas políticas o sus dirigentes intuyeron (aunque sacaron las consecuencias erradas).
Lo describió alguna vez Schumpeter. En la democracia -observó- no gobierna el pueblo, sino que el pueblo decide que élite lo gobernará. Todas las elecciones desde que se recuperó la democracia respondieron a la intuición de Schumpeter. En ellas se eligió una élite. Desde Patricio Aylwin a Ricardo Lagos, la élite que gobernó fue más o menos la misma: una mezcla de políticos profesionales y técnicos altamente profesionalizados (la literatura los llama technopols, porque reúnen cualidades técnicas y políticas a la vez). Cambiaron los políticos; pero estos últimos se mantuvieron los mismos, y fueron la red que llevó adelante la modernización capitalista.
Hasta la primera elección de Bachelet.
Con Bachelet ya no fue la afirmación de Schumpeter la que se verificó en la política chilena, sino que una de Max Weber, quien había dicho que en la democracia plebiscitaria, las elecciones serían verdaderos plebiscitos acerca de liderazgos carismáticos.
Y ahí quedó plantada la semilla que llevó a erigir periodistas en figuras presidenciales.
Esa semilla derivó de una confusión obvia. La confusión entre la popularidad fugaz de los medios y el carisma.
Se creyó entonces que alguien popular, conocido, amable, podría ser el remedo de lo que alguna vez fue el carisma de Bachelet. Ese es el secreto malentendido que condujo a que un partido de tanta tradición como el socialista entregara su suerte a Guillier y desalentara a sus élites intelectuales y técnicas, o que una fuerza de tanta ambición intelectual e ideológica como el Frente Amplio erigiera como su candidata a quien carece de ella.
El resultado de todo este desaguisado está a la vista.
Después de esta batalla, en la izquierda solo la candidatura de ME-O seguirá en pie . Mientras la derecha tendrá la oportunidad única de fortalecer sus technopols en casi dos gobiernos seguidos y Sebastian Piñera -cuyo carisma está en proporción inversa a su dinero- aparecerá como el líder destinado a renovarla.
Y todo por confundir periodismo con política.
Carlos Peña