Hace cincuenta años, en noviembre de 1967, el socialismo chileno, Allende incluido, suscribía de manera unánime la declaración de Chillán, donde afirmaba que la violencia revolucionaria era "inevitable y legítima". 25 años después, el PS era un partido absolutamente democrático y, junto con la DC, pasaba a constituir el alma de la Concertación. Este cambio del socialismo ha sido una de las mejores noticias que ha recibido el país en el último medio siglo.
De ser un grupo de "termocéfalos", como se decía en los setenta, se transformó en un partido respetable, capaz de mantener los ideales de izquierda, pero libre de fanatismo, con una importante representación parlamentaria y unas arcas bien provistas.
Todo eso ha pasado a ser una bonita historia. El PS es hoy apenas un espectro que se pasea titubeante por el escenario de la política chilena.
El Partido Socialista se parece a esos adolescentes malos que sientan cabeza y se vuelven adultos ejemplares, pero que periódicamente se ven asaltados por la duda: ¿No debería volver a mis andadas? ¿En qué estarán los viejos amigos? Y les llega la crisis de los 40, y echan por la borda todo lo que han construido con tanto esfuerzo. De un día para otro, nuestros socialistas rompieron con la DC, dejaron a un lado a figuras emblemáticas, e incluso abandonaron a Lagos para irse con alguien tan poco afín como Alejandro Guillier, cuyo único mérito para ser el candidato socialista era haber pasado una temporada bien ubicado en las encuestas.
Por donde pecas pagas. Hoy el socialismo está a punto de perder la carrera presidencial, y no de manera honrosa, luchando hasta el final con la bandera en alto, sino por haberse subido a un carro manejado por un inexperto advenedizo. Me recuerda ese tango de Gardel, donde un hombre ve salir de un cabaret, flaca y descompuesta, a la mujer que un día lo volvió loco, la misma cuya belleza ya pretérita lo condujo a quitarle el pan a la vieja y a traicionar a los amigos.
Las responsabilidades son, ciertamente, compartidas, comenzando por Bachelet, que dejó desamparado a su partido. Las jugadas de Elizalde al distribuir las cartas senatoriales y los apoyos económicos tampoco fueron muy ejemplares, y hoy tienen a Escalona, Insulza, el propio Elizalde e incluso Isabel Allende en peligro de muerte. Además, diversos escándalos han hecho que el PS pierda esa aura de probidad que, más allá de sus innumerables desaciertos históricos, siempre lo había acompañado.
No son solo traiciones personales las que hoy tienen desdibujado al socialismo. Uno puede abandonar el marxismo duro y elegir formas más cercanas al Estado de Bienestar sin dejar de ser socialista, siempre que reconozca el valor de la comunidad como instancia imprescindible para cualquier desarrollo humano. El socialismo actual, en cambio, ha asumido acríticamente una visión individualista de los derechos que es propia de las formas más degradadas del capitalismo que dice combatir, como se ha visto en las discusiones sobre la política familiar o el valor de la vida.
En todo caso, es muy probable que las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias marquen el fin de un buen número de liderazgos en el Partido Socialista. Nada asegura que lo que venga después vaya a ser mejor. Sabemos que "la cabra tira pal' monte": es habitual que los partidos de izquierda pretendan salir de sus crisis inclinándose aún más hacia la izquierda. Es una solución fácil, que evita unas introspecciones tan dolorosas como necesarias para saber dónde se ha perdido el rumbo. Tirar hacia la izquierda significa, en esta hipótesis, radicalizar el estatismo individualista que caracterizó al socialismo de Bachelet; tender puentes con el Frente Amplio mientras se marcan distancias con el ala moderada de la DC; iniciar una oposición rabiosa contra un eventual gobierno de Sebastián Piñera, y erigir como interlocutor privilegiado en el PPD no a gente como Felipe Harboe, sino a Guido, al infaltable Guido.
No soy yo el encargado de darle consejos a la directiva del Partido Socialista, pero veo la cara de pena que tienen algunos amigos del PS, y me temo que, para desgracia suya y del país, no mejorará en los próximos años.