En el Museo de Bellas Artes de Santiago y en el año 2005, se inauguró una gran exposición con dibujos, fotografías y por cierto esculturas de Auguste Rodin (1840-1917).
Una de esas obras, "El torso de Adele", fue robada un día de junio y apareció tirada en el Parque Forestal a las 24 horas.
Esta es la historia, y el documental de Cristóbal Valenzuela parte con algo básico y trabajoso: investigar, entrevistar, pesquisar y, de esta forma, escoger entre numerosos planos, imágenes y declaraciones.
La película asume algo que no siempre está en el abecedario de los documentales, y las razones son varias: escaso financiamiento o tiempo, falta de agudeza periodística o simplemente quedarse con un punto de vista y con la comodidad de una mirada que se conforma con indagar lo justo y necesario.
"Robar a Rodin" contiene la magnífica sorpresa de una obra que avanza hasta el final y hasta más allá: guardias, ministros, directores de museos, especialistas chilenos y franceses, jueces, abogados, curadores, testigos, amigos y, desde luego, el protagonista, Luis Onfray, que así como Arsenio Lupin fue caballero y ladrón, el chileno primero es artista, y lo que dice la policía y la prensa: ladrón.
El documental se construye sobre un magnífico arsenal que se transforma y se desprende del rango periodístico.
Es un viaje irónico e inteligente, de ida y vuelta, hacia el nacimiento y misterios del arte. Sobre quién lo certifica, lo cree y lo divulga.
Es una invitación para intentar comprender a los jóvenes artistas, pero también a los miles de espectadores.
Es una pesquisa sobre el hecho artístico y la belleza, pero también sobre los prejuicios y la tolerancia, donde el documental nunca abandona un tono irónico, amable y entrañable.
"Robar a Rodin" precisa y explica la exposición, el robo y la aparición de la obra, donde Luis Onfray, en ese tiempo un joven de 20 años que estudia en la Universidad Arcis, cuenta los acontecimientos y da sus razones.
En el viaje de ida nada parece muy convincente. Ni los testimonios de sus amigos ni un delirante trabajo juvenil sobre conquista indígena. Y tampoco lo absurdo de un robo que califica como acción de arte, pero que más parece una propuesta subversiva, burda y despreciable.
El viaje de vuelta es lo contrario, en parte porque algunas autoridades coinciden en el misterio del arte y también por esos chilenos que repletaron el museo después de saber del robo, pero no antes; y se detuvieron frente al espacio vacío que ocupó "El torso de Adele".
Una de las alternativas para Emilio Fabres, antes llamado Luis Onfray, es la de artista iluminado, quizás no para siempre, pero también es verdad que nada es para siempre y todo es por un rato: un nombre propio, la acción revolucionaria, el caso policial, el fallo de un juez, el testimonio de un joven y el robo de una escultura.
Para que lo anterior no se olvide, perdure y se convierta en algo distinto, acaso en una obra de arte, para todo eso es "Robar a Rodin".
Chile, 2017. Director: Cristóbal Valenzuela. 80 min. T.E.