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Editorial
Jueves 02 de noviembre de 2017
Arremetida contra las vacunas
Uno de los peores efectos de las campañas antivacunas es que dejan muy expuestos a los niños inmunodepresivos.
El senador y candidato presidencial Alejandro Navarro señaló que, de ser elegido Presidente, eliminaría las vacunas con timerosal, un preservativo que contiene una pequeña cantidad de mercurio, porque ellas causarían autismo.
Con sus palabras, el senador se hace eco del movimiento antivacunatorio, una de las manifestaciones más nefastas de la anticiencia contemporánea. Los representantes de las más diversas organizaciones médicas e incluso un Colectivo Autista señalaron que no había conexión entre el timerosal y el autismo.
Posteriormente, el senador reafirmó su opinión, señalando que un artículo publicado recientemente en la influyente revista Nature apoyaba esta opinión. Sin embargo, tal artículo no se encuentra en la revista, y habría sido una noticia destacada si se hubiera encontrado tal nexo.
Existe una razón para usar el timerosal en las vacunas: es un preservativo que hace menos probable que la vacuna que reciban los niños esté contaminada con hongos y microbios. En las grandes ciudades, el problema del ciclo de frío para proteger las vacunas es menor, y es posible entregar vacunas que no contienen preservantes. Por ello, en los países desarrollados se ha podido eliminar el timerosal de las vacunas, pero a un alto costo y solo en respuesta a la opinión pública, no porque hubiera alguna evidencia de su peligro para la salud de los niños.
Se debe recordar que la asociación entre el timerosal y el autismo se debe a los artículos publicados a fines de la década de los 90 por Andrew Wakefield en una prestigiosa revista inglesa. Wakefield describía una asociación entre vacunas con timerosal, ciertos problemas gastroenterológicos en que era especialista y el autismo. Estos nexos eran sorprendentes y no han podido ser reproducidos, pero le dieron impulso a los movimientos antivacunas. Una investigación posterior reveló que Wakefield no había revelado que estaba siendo pagado por abogados involucrados en juicios contra los fabricantes de vacunas en nombre de padres de niños autistas, y había recibido casi medio millón de libras de ellos. Wakefield había creado una empresa que ofrecería kits para detectar los supuestos nexos entre vacunas y autismo. Asimismo, una revisión de la metodología usada en sus investigaciones mostró que realizó intervenciones invasivas en niños sin autorización de los comités de ética, y que estas intervenciones eran contrarias a la salud de los niños. Por todas estas actuaciones, las publicaciones del doctor Wakefield fueron eliminadas de las revistas científicas y se le prohibió ejercer la medicina en Inglaterra.
Sin embargo, con el respaldo seudocientífico de Wakefield los grupos antivacunas comenzaron a distribuir sus aprensiones junto a información falsa a personas que no son capaces de evaluar su veracidad, señalando además que lo ocurrido a ese doctor era parte de una conspiración de las empresas que producían vacunas. El efecto de estas campañas ha sido reducir las tasas de vacunación en los EE.UU. y otros países desarrollados, y la campaña ya ha llegado a nuestro país. Entre sus consecuencias está el regreso del sarampión y otras enfermedades infantiles que se creían olvidadas. Peor aún, este movimiento es una muestra de egoísmo social: hay niños que no pueden ser vacunados porque son inmunodepresivos, por lo que están a merced de estas enfermedades. Solo están protegidos por la inmunidad de rebaño que aparece cuando la inmensa mayoría de la población está vacunada y el virus no puede encontrar huéspedes que transmitan la enfermedad a los no vacunados. Al crear un reservorio de potenciales enfermos, los grupos antivacunas ponen en riesgo a estos niños que no tienen la alternativa de las vacunas. De ahí que resulte inexplicable que un senador de la República y candidato presidencial apoye semejantes ideas.