Hace pocos días llegó nuevamente a Chile un viejo amigo, periodista de un medio internacional, al que me he referido en esta columna más de una vez por su siempre chocante visión sobre nuestro país. Venía a cubrir las próximas elecciones.
"No los entiendo", me lanzó apenas nos acomodamos para tomar unas cervezas en el barrio Bellavista. "Bachelet es aplaudida en todo el mundo y aquí la crucifican. ¿No se dan cuenta de que ella evitó que Chile siguiera la suerte de Brasil?" Al ver mi cara de estupor, procedió a explicar su aserto. "Los escándalos por el financiamiento de la política, los negocios de personas ligadas al poder y la colusión empresarial podrían haber conducido a horadar en forma irremediable la fe en el sistema político y económico, y helos aquí,
ad portas de reelegir a un empresario billonario Presidente de la República, en un proceso electoral que más parece escandinavo que latinoamericano". Recordé lo que dijo el líder empresarial de esa época, que estábamos ante "la peor crisis desde el retorno de la democracia", y sin entusiasmo le concedí el punto. "Bachelet -siguió mi amigo- tuvo la sangre fría de tomarse una medicina ingrata, como fue la creación de la Comisión Engel, cuyas principales recomendaciones se volvieron proyectos de ley que fueron aprobados en tiempo récord en el Parlamento en virtud de la amenaza que se cernía sobre la clase política. Esto no revirtió totalmente el descrédito en las instituciones y las clases dirigentes, pero al menos contuvo la hemorragia y estimuló cambios importantes en el mundo político y empresarial. Nada parecido ha sucedido en Brasil, y por eso está donde está".
"Pasas por alto una cosa", le advertí: "las reformas provocaron la caída del crecimiento económico y que los electores corran ahora de vuelta a los brazos de Piñera y de la derecha. ¿A esto lo llamas éxito?". Creí haberlo puesto en aprietos, pero no, mi amigo tenía al respecto otra explicación inaudita. "Para juzgar a Bachelet hay que tener presente el país que recibió y el que deja. Ella volvió a La Moneda empujada por una fuerte efervescencia social, con las calles tomadas por los estudiantes y regiones enteras en estado de rebelión contra el gobierno. A esto se sumaba un profundo deterioro de la adhesión pública hacia el orden económico y constitucional, con una izquierda poderosa y radicalizada que invocaba el fin del modelo y una Asamblea Constituyente. ¿Qué queda de eso?: poco o nada. A excepción de La Araucanía, un conflicto que es de larga data, estos han sido años de paz social; paz conseguida, reforma tributaria mediante, sin estropear las cuentas fiscales. ¡Si hasta han disminuido las huelgas, contrariando lo que anticipaban los opositores a la reforma laboral! En cuanto al cambio de la Constitución, luego del proceso de participación ciudadana este ha quedado radicado en el Parlamento y perdió su carácter amenazante". En ese momento se echó para atrás, como preparándose para concluir su perorata. "Veo a Chile menos polarizado de lo que estaba hace cuatro años. Si estas elecciones producen poco entusiasmo es porque no se ven grandes diferencias, con una derecha que lleva todas las de ganar y una izquierda frustrada y desorientada. Lo mismo ven los inversionistas y por esto la bolsa alcanza cifras desorbitadas. Los seguidores de Bachelet quizás pierdan el 19 de noviembre, pero ella debiera estar orgullosa de haber desmantelado bombas de tiempo que amenazaban la estabilidad de Chile, reforzando la legitimidad del sistema político y económico. Si el precio de esto fue restar algunas décimas al crecimiento, ¿no crees que valió la pena?".
Tuve muchas dudas de si exponer esta conversación. No faltarán lectores, pensé, que crean que es inventada; pero no, me dije luego: supongo que nadie me imputará tanta imaginación.