En los sótanos de un teatro tipo discoteca, entre los focos, el ruido y el público, Jesús (Nicolás Durán) y sus amigos participan de una competencia de K-Pop, esa música popular coreana que fusiona ritmos, imágenes y baile.
Están vestidos y maquillados para la ocasión, y durante la actuación y competencia, solo por esa única vez, ese grupo de jóvenes chilenos parece cohesionado con un propósito.
En el escenario y como conjunto aficionado, buscan algo que realmente les interesa y los identifica: el pop coreano.
El resto del tiempo deambulan entre edificios de clase media trabajadora, con bares por las esquinas y droga por el parque; son vagos en la escuela y nadan en alcohol, que siempre es demasiado, pero nunca suficiente.
Esta película tiene un caso real en la mira -el asesinato de Daniel Zamudio, en marzo de 2012- y su preámbulo es lo más inquietante, porque en el centro no está la víctima, sino los victimarios, y los roles bien podrían intercambiarse y confundirse, porque todo depende de la casualidad y del momento, los grados de alcohol, la crueldad intrascendente y la banalidad del aburrimiento.
Los inocentes y culpables son personas en lugares equivocados, por mala educación, miedo a la pobreza, por la violencia aprendida o porque en el departamento de Jesús no hay más que un padre iracundo, ausente y distante: Héctor (Alejandro Goic), cuyo pasado se desconoce, pero probablemente lo condena.
Fernando Guzzoni, que antes dirigió "La colorina" (2008), un documental sobre la poetisa Stella Díaz Varín, y "Carne de perro" (2012), sostiene la historia y filma descarnadamente unas vidas mínimas que se mantienen en lo más bajo y desechable.
Se tornan tan ínfimas que la película exacerba la crudeza y filma una felación, masturbaciones mutuas y órganos genitales activos y pasivos en primer plano.
Otros mundos no se filman de esta manera, pero acá el director se permite el arrojo y avanza por la morbosidad y la exposición pública, como si esta tropa de jóvenes inútiles y pobres desgraciados carecieran de pudor e intimidad.
La decisión los deja sin vergüenzas y sin nada que ocultar, porque los convierte en seres unidireccionales, primitivos, carnales, simples, brutos y quizás tontos.
Acá no hay seres complejos que merezcan más lecturas, velos y ropajes.
Y así es como una película que parecía más consistente y densa, se simplifica, resuelve y aligera. Esto explica el protagonismo que adquiere el personaje de Héctor y que termina dominando la historia, las culpas y las decisiones, porque es el único que tiene matices, vericuetos y más de una dimensión.
Es de seguro que los propósitos del director Fernando Guzzoni con "Jesús" fueron otros y muy distintos, pero el camino hacia el cine y el infierno se construyen con el mismo material: poca ropa y buenas intenciones.
Chile-Francia-Alemania-Grecia-Colombia, 2016.
Director: Fernando Guzzoni. Con: Nicolás Durán, Alejandro
Goic, Sebastián Ayala. 85 minutos. Mayores de 18 años.