Apenas ayer, la Presidenta Bachelet instó a los ciudadanos a votar en las próximas elecciones:
"Es -dijo- un derecho ciudadano y creo que necesitamos que todos puedan ir a votar, para que puedan expresar lo que creen que es importante, para ver cuál es el tipo de país que quieren se siga construyendo".
La Presidenta parece creer que la abstención electoral no posee ningún poder expresivo.
¿Será así?
No del todo. También es posible ensayar una interpretación distinta de la abstención, de lo que pudiera llamarse la flojera electoral.
Cuando las condiciones materiales de la existencia cambian y la sociedad se moderniza, suele ocurrir que sus miembros se individualizan. En vez de sentirse partes de un todo que los excede y a los que su suerte está atada, comienzan a sentir que la vida personal está, en ámbitos muy relevantes, disociada de la vida colectiva. De pronto, la vida entera comienza a volcarse hacia la interioridad individual, y ello no porque cada individuo se vuelva un místico, sino porque todos sus esfuerzos principian a estar centrados en el plan de vida que discernió para sí, lo que quiere para él y los que están cerca. Y ocurre entonces que las instituciones y la vida colectiva -la vida de ese ente que se llama sociedad- comienzan poco a poco a sentirse más bien ajenas, y en el lugar del gran fuego colectivo surgen múltiples registros de identidad, desde la etnia y el cultivo de las mascotas a la orientación sexual.
En otras palabras, la vida personal se consolida y la vida colectiva se disgrega.
En medio de ese panorama -que las encuestas en Chile describen como una abierta disociación entre la vida personal y la colectiva, la primera feliz y la segunda desdichada-, no es raro que las personas tiendan a participar muy poco en los procesos electorales, más todavía si el voto es voluntario.
Los políticos tradicionales, los viejos tribunos, Allende, Frei, que a veces se añoran, esos que eran capaces de inflamar la imaginación de las personas, sacarlas a la calle y movilizarlas contra viento y marea, eran muy efectivos, porque movilizaban símbolos que eran simultáneamente individuales y colectivos ; en contraste con eso, hoy no existe esa simetría, ya no hay símbolos que sean a la vez individuales y colectivos, y quizá por eso la política tiene hoy tantas dificultades para encender la voluntad de las personas. Es bueno recordar que la sociología clásica (de Tönnies a Parsons) describió así el paso de lo tradicional a lo moderno: el abandono de la coincidencia entre la conciencia individual y la colectiva.
Justo lo que ocurre hoy.
La abstención electoral que la Presidenta teme puede ser entonces el fruto de un proceso después de todo virtuoso: el crecimiento de la individualidad, de la autonomía personal, la comprobación de que ya no hay símbolos que sean a la vez personales y colectivos. La flojera electoral como una expresión de la importancia creciente que los proyectos individuales poseen en la sociedad chilena.
Y las palabras de la Presidenta, y de quienes adhieren a ellas, pueden revelar una mala comprensión de ese fenómeno.
Para ellos, la abstención electoral no expresa nada, es pura abstención, un silencio carente de significado, la renuncia a declarar el país que se quiere. Pero ese silencio puede ser la más elocuente prueba de cuánto ha cambiado, desde el punto de vista cultural, la sociedad chilena, de cuánto se ha disociado la vida personal de la colectiva, de lo carente de significado que para mucha gente son las apelaciones a un destino común.
¿Malo?
Ni tanto.
Desde luego, es una lección para la política, especialmente la de izquierda: necesita conectar con los individuos y no tratarlos solo como si fueran integrantes de masas empobrecidas y maltratadas, anhelantes de cohesión, molestas con la modernización, a las que haya que proteger paternalistamente.
Si sigue haciendo eso, cada vez votarán menos y la derecha aplaudirá.
Y es que la flojera electoral es un signo indirecto de que las personas hoy son más individuos, con ámbitos personales más firmes; en suma, más libres. Por eso, no es casualidad que los hijos más inmediatos de este tiempo (Beck los llamaba los hijos de la libertad) son los que tienen opiniones más firmes, más resueltas y más críticas, pero al mismo tiempo son lo que menos votarán.
Carlos Peña