Es verdad que las películas artísticas sobre artistas que reflexionan acerca de su arte son bastante apestosas. Es bastante apestosa la reflexión pública del arte sobre el arte, el abundante arte autorreflexivo. Dicha esta generalidad, cabe anotar que la esquiva relación histórica entre las artes plásticas y el cine tiene una poderosa excepción en Van Gogh, que ha resultado ser el pintor más atractivo para el cine de ficción, tanto como para que el gran Vincente Minnelli
(Sed de vivir) y el no tan grande Robert Altman
(Vincent y Theo) le dedicasen algunos de sus mejores esfuerzos.
Parte de este atractivo radica en su misteriosa muerte, el 29 de julio de 1890, dos días después de recibir un disparo en el vientre, tendido en su cuarto junto a su médico y en brazos de su hermano Theo, 48 horas en las que nadie pudo hacer nada. De ese enigma nace este relato, cuyo protagonista, el joven Armand, hijo del cartero, no tiene el menor interés en todo lo que ha pasado entre Arlés y Auvers, ni en su obligación de entregar a Theo Van Gogh la última carta que le escribió su hermano. Como es previsible, sin embargo, a medida que conoce a los personajes y se interna en la Provenza, Armand es cautivado por el mundo del artista.
Pero esto es empezar por el revés, porque lo que en verdad caracteriza a la película es el enorme esfuerzo empleado para hacerla de un modo único: enteramente pintada al óleo y a partir del conjunto más conocido de cuadros de Van Gogh. Los paisajes se animan, los retratados viven, los pájaros vuelan. Unos cien artistas estuvieron pintando estos cuadros, uno por uno, para contar las historias del doctor Gachet, su hija Marguerite, la chica de la pensión, Adeline, el niño René Secretán, posible homicida involuntario, el policía Rigaudon, el doctor Mazéry...
El procedimiento de filmar toda la película con actores y luego pasarla a animación mediante dibujos o pinturas es antiguo, aunque quizá el primer largo rodado enteramente de esa manera fue
Waking life, en el 2001, una memorable especulación sobre la vida en distintos estilos plásticos dirigida por Richard Linklater. En el 2006, el mismo Linklater empleó de nuevo el sistema para su versión de la novela de Philip K. Dick.
Una mirada a la oscuridad. Y hay más, de seguro. Pero es posible que Loving Vincent sea la primera película pintada al óleo, como proclaman sus creadores, principalmente polacos (y en especial Dorota Kobiela). Y toda en el estilo de Van Gogh (casi toda, porque los
flashbacksen blanco y negro tienen otro estilo). Una novedad. Un logro. Felicitaciones. So,
what?
El énfasis en la materialidad de la realización, su asombro procedimental, su esfuerzo mastodóntico, puede ser una explicación para que el fulminante fenómeno artístico que fueron los ocho años de Van Gogh, con más de 800 cuadros arrebatadores, esté fuera del alcance de esta película, que ante todo se disfruta a sí misma en la apacible categoría de rareza.
Dirección:
Dorota Kobiela y
Hugh Welchman.
Con: Douglas Booth,
Saoirse Ronan,
Robert Gulaczyk,
Cezary Lukaszewicz,
Jerome Flynn,
Eleanor
Tomlinson.
94 minutos.