Daniel Blake (Dave Johns), un carpintero de 59 años de Newcastle, está recuperándose de un ataque al corazón, y aunque sus doctores le han prohibido volver a trabajar -al menos durante un tiempo-, para el servicio social su estado no califica como invalidez y, por lo tanto, no puede hacer uso de su seguro. Blake se enfrenta a partir de allí a una burocracia reglamentada e indiferente a casos especiales como el suyo. En uno de sus infinitos trámites en oficinas estatales, Blake conoce a Katie (Hayley Squires), madre de dos hijos, soltera, que atraviesa su propio calvario, ya que depende del servicio social para tener un departamento donde vivir y, como en Londres ya no quedaban vacantes, tuvo que trasladarse a Newcastle, en la otra punta de la isla, con enormes costos. Si bien califica fácilmente como un tipo quejumbroso y muy fregado, Blake tiene un gran corazón y veremos que inmediatamente comienza a ayudar a Katie.
Dirigida por Ken Loach (1936), un veterano en el cine de contenido político y social, "Yo, Daniel Blake" ganó en 2016 la Palma de Oro en Cannes. No es raro. La cinta funciona bien como un artefacto que pone en evidencia el drama de dos seres dejados de lado por la globalización y la hipermodernidad. Blake realiza un trabajo manual en extinción, no sabe cómo usar internet, es incapaz de decidirse entre las alternativas que le ofrece la burocracia estatal y ni siquiera entiende el valor de tener un currículum impreso (se pasea con su experiencia escrita a mano). Katie, por su parte, tiene coraje, pero no puede encontrar un trabajo que se adecue a su realidad de madre soltera con dos pequeños. En la tradición del cine social, la película usa mucha luz natural; los lugares filmados son urbanos, pedestres y antiturísticos; los planos y el montaje nunca llaman la atención sobre sí mismos, todo con el objetivo final de que la cinta entregue la sensación más "sencilla", "natural" y "realista" posible. En la misma tradición, la historia tiene la estructura de un melodrama, y a medida que avanza, los personajes van acumulando pesar, el relato suma tensión y los personajes enfrentan acciones cada vez más desesperadas. En ese sentido, "Yo, Daniel Blake" es una película sólida, adulta, con carácter, difícil de cuestionar a buenas y primeras.
Sus debilidades, quizás, son conceptuales, y nacen del supuesto en que debemos ver necesariamente a los personajes caer en la derrota. ¿Por qué? ¿Lo impone el lugar común del cine social?
Pese a un corazón débil, Blake es aún un hombre tenaz, fuerte y enérgico. Los doctores pueden haberle dicho que no le convenía trabajar; sin embargo, lo vemos todo el tiempo moviéndose de un lugar a otro, elaborando unos bonitos móviles, trabajando en la casa de Katie. ¿Por qué no puede entonces trabajar normalmente? ¿O vender sus móviles? La cinta muestra que, de cualquier manera, su vida avanza al despeñadero. ¿Por qué no puede, por ejemplo, cuidar a los hijos de Katie, mientras ella sí se dedica a un buen trabajo? ¿Es la dignidad lo que está en juego? No se trata solo de un problema de verosimilitud del guion, sino de lo que sus personajes estarían dispuestos a hacer en una circunstancia semejante. Con ese carácter, de tratarse de la vida real, personajes como Blake o Katie posiblemente estarían dispuestos a ser más creativos o dar una pelea más intensa. Es cierto que la burocracia es fría y la sociedad capitalista es dura, pero también es cierto que esa misma sociedad abre a la vez nuevas oportunidades, que pueden tratarse de una "avivada", como la lleva adelante el vecino de Blake, o de un camino más tradicional. Dicho de otra manera, Blake o Katie no tienen por qué tener los caminos cerrados como Loach lo muestra, menos aún con la tenacidad que lucen a lo largo de la historia. A menos, claro, que se quiera hacer de la película un mecanismo de denuncia, es decir, un objeto que recuerde la realidad de los perdedores del sistema, lo que está muy bien, pero entonces uno puede dudar que los auténticos perdedores sean de la misma madera que Blake o Katie.