Se han publicado varios libros que sus autores consideran de carácter histórico. Entre los recientes está "La Patria de cristal", que se adentra de manera inédita y cautivante -así se promueve- en el siglo XIX de nuestra historia. Otro tanto ocurre con "Un veterano de tres guerras", cuyo autor hace poco tiempo -en este medio-, defendiendo su validez histórica, se trenzó en una discusión epistolar con un crítico del texto.
En ambos casos, la lectoría ha sido exitosa, porque su contenido entretiene, amén de estar escritos de manera ágil, amigable, cuestión que tiene la virtud -quizás- de interesar al público por el pasado nacional. Sin embargo, también causa un perjuicio, por cuanto el relato no corresponde auténticamente a la realidad histórica, provocando distorsiones insalvables al saber del lector acrítico.
La historia no es literatura: novela, narración de costumbres, crónica, memorias o autobiografías. La historia es por sobre todo conocimiento del pasado humano. Vale decir, resultado de un proceso y esfuerzo riguroso, sistemático, que realiza el historiador por auscultar la realidad histórica, generalmente confusa, una suma de hechos ininteligibles, para generar conocimiento histórico.
El historiador concurre al pasado motivado por interrogantes que surgen desde su tiempo, con problemas que pretende resolver, explicándolos. Se aproxima a hechos pretéritos siguiendo un método que le exige cumplir procedimientos estrictos. En otras palabras, se rige por un estatuto epistemológico que le da significado y valor a su quehacer. De partida, suele estar provisto de una formación adquirida mediante el estudio teórico disciplinar y por la misma práctica del oficio, el que aborda con habilidades y competencias propias, para compulsar adecuadamente los materiales con que realiza su investigación. Mucho depende de su inteligencia, cultura, de su honestidad y apertura espiritual. Todo aquello que le aporta capacidad crítica, para analizar y así extraer la cuota de verdad que contienen las fuentes, trátese de documentos escritos o cualquier medio que revele por algún concepto la existencia, acciones, pensamientos y sentimientos de los hombres del período en cuestión.
Además, para entenderlos mejor, procura saber bastante sobre la época y el contexto en el que sucedieron los acontecimientos que motivan su interés. Ordena los antecedentes reunidos de manera lógica, coherente, porque su mayor exigencia es llegar a observar el pasado con una mirada sensata, ecuánime. Más que establecer hechos, lo realmente importante para el historiador es llegar a comprender su significado, alcanzar una inteligibilidad lo más verdadera posible, que tenga razón de ser en la realidad histórica que estudia.
El objetivo, por tanto, no es reconstruir el pasado tal cual fue. Amén de ser improbable, no pretende reproducirlo. Menos aún, obtener conclusiones arbitrarias, tergiversando la información extraída de las fuentes de información en función de intereses particulares. El caso del novelista es distinto, hace ficción, tomándose legítima licencia para alterar los sucesos históricos. De las crónicas y novelas costumbristas, el historiador puede utilizar datos, siempre con sentido crítico, contrastando su relato con otras fuentes de información. Máxime con las memorias o autobiografías, difícilmente ellas cuentan hechos oprobiosos cometidos por su autor.
Pero lo que corrientemente se designa como "historia", referida a una obra, no es -no debiera ser- conocimiento arbitrario como suele pensarse, por ser elaborado por un sujeto, el historiador. Tampoco es objetivo, verdadero en términos estrictos. Es conocimiento cierto, eso sí, en tanto resultado de un severo proceso de elaboración que ha permitido acceder a algún grado de verdad. Mejor dicho, el deber del historiador es transformar la intrincada, enmarañada realidad histórica, en conocimiento histórico válido, razonablemente verosímil.