Hasta ahora Sebastián Piñera podía distinguirse de sus pares no por carecer de problemas en la relación entre dinero y política, sino por la índole de los problemas que en ese ámbito tenía.
Su problema era ser demasiado rico, tanto que casi cualquier paso que diera, para allá o para acá, lo hacía incurrir en conflictos de interés. Su problema no eran los vínculos inconfesables, sino su fortuna. Esa fortuna lo hizo tropezar muchas veces; pero ningún tropiezo lo dañó. Y es que la gente atribuía su conducta a pecado de concupiscencia, no a vínculos impresentables. Al deseo de ganar, no al sometimiento tácito con que tarde o temprano (es cosa de leer a Mauss) se pagan las dádivas.
Desde ayer eso podría cambiar.
Según se supo (los motivos de esa revelación oportuna son un misterio), la originalidad que él poseía, consistente en que sus defectos provenían no de su dependencia de otros, sino de su riqueza; no de la menesterosidad que obliga a inclinarse, sino de la ambición que hace olvidar los detalles, no era tal.
Porque resulta que ahora, y si ha de creérseles a los datos de la fiscalía, se sabe que él, Sebastián Piñera, un hombre rico como el que más, para quien cinco millones de pesos son menos que nada, dejó que SQM, la empresa cuyo controlador era Ponce Lerou, le pagara parte de los gastos de campaña.
Es difícil imaginar una escena más explosiva y con un contenido simbólico más feo que ese. Una situación no muy distinta a la de ME-O, Rossi o Ena von Baer, de quienes Piñera presume estar en las antípodas.
Y su caso resulta aún más feo porque él alcanzó la presidencia gracias, en parte, a esa ayuda que al parecer no se limitó a cinco millones de pesos (una información de CIPER publicada ayer detecta proveedores de su campaña pagados por SQM en sumas que ascienden a más de cien millones).
¿Hay alguna defensa que pueda esgrimirse?
Se han formulado dos: una alude a los motivos de la revelación, la otra a la legalidad del acto.
Parece curioso -dijo Monckeberg hilando la primera- que algo así se revele apenas a dos meses de la elección. Insinuaba así malos motivos en quienes dieron a conocer esa información.
Pero, como es obvio, los motivos en este caso son irrelevantes. Lo que importa no es el motivo de la revelación, sino la verdad de lo revelado . Ocurre con las revelaciones políticas lo mismo que con los descubrimientos científicos. Una cosa es cómo se descubren, otra su importancia. Newton, cuenta uno de sus biógrafos, descubrió la gravedad cuando lo golpeó una manzana. Pero lo que importa no es la manzana (la ocasión del descubrimiento), sino la gravedad (el descubrimiento). Así, incluso si esta revelación está animada por el deseo de dañar a Piñera, ese deseo no importa. Lo que importa es lo que gracias a él se reveló.
No tengo ninguna duda -agregó como segunda defensa el mismo Monckeberg- que en esta investigación no habrá algún hecho que apunte al expresidente.
Supóngase que Monckeberg tiene razón y que no hay hilo alguno que ate ese dinero a la voluntad directa del candidato; eso tendría importancia a la hora de precisar los efectos jurídicos del caso, pero ninguna a la hora de establecer su relevancia política. Desde el punto de vista político, lo relevante es que la candidatura de Piñera estuvo también infectada con el dinero de Ponce Lerou y que alguien que manejaba las finanzas de su campaña, a quien el candidato conocía y en quien confiaba, supo que este último contribuía a financiarla . En otras palabras, lo relevante es que en las narices de Piñera rondaba SQM.
Y suponer que él no lo olió sería ofender su bien ganado prestigio de sabueso.
Sí, es cierto, una situación similar puede reprochársele a Michelle Bachelet, cuya campaña, a través de Asesoría y Negocios, también fue financiada por SQM y su controlador, Ponce Lerou; pero lo grave para Sebastián Piñera es que, hasta ahora, él había logrado eludir esa forma tácita de servidumbre.
Lo suyo era concupiscencia, anhelos de ganar, espíritu competitivo, descuido por falta de empatía, tropiezos de innovador, inteligencia que por ver la meta descuidaba los detalles, ansia novelesca de competir en todo y ganar en todo, hiperkinesia efervescente, empujones de ganador; pero no dádivas de SQM y apariencia de servidumbre hacia Ponce Lerou. Eso sí que no. Eso quedaba para los otros, más pobres, más torpes, más jóvenes. No para él, rico, astuto, experimentado.
Esa imagen es la que hoy amenaza con quedar dañada.
La marca Piñera nada menos.
Carlos Peña