En Chile hemos tenido como candidatos presidenciales a médicos, abogados, profesores, militares, economistas, ingenieros y trabajadoras sociales, pero que yo recuerde no habíamos contado con periodistas. Ahora disponemos de dos: Guillier y Sánchez.
La idea en principio es magnífica. Esos comunicadores profesionales quizá no sepan mucho de economía, RR.EE. y otras menudencias, pero su presencia debería fortalecer la democracia. ¿Quién entiende mejor que un periodista la necesidad de someterse al escrutinio?
He aquí, sin embargo, que nuestros dos periodistas se pusieron cortos de genio y bastante selectivos a la hora de dejarse entrevistar. El primero en darnos mal ejemplo fue, como siempre, Alejandro Guillier. No ha habido forma de convencerlo para que asista a "Tolerancia Cero": su propio programa televisivo, allí donde, con voz parsimoniosa y cara de sabio, nos enseñaba semanalmente acerca de lo bueno y lo malo. Parece que no está dispuesto a recibir las ironías de Villegas y las preguntas desagradables de los demás panelistas. Es comprensible, a nadie le gusta ser acribillado ante las cámaras. Pero, en el caso de Guillier, esa explicación, que para el resto de nosotros sería perfecta, resulta improcedente. La presencia en esas instancias es lo mínimo que cabe esperar de un candidato presidencial, en especial si es un periodista que ha denunciado ser objeto de un "cerco mediático".
Todavía más absurdo es el episodio de Beatriz, que se niega a asistir a un programa televisivo porque en él participa "un ministro de la dictadura". Me imagino que por la misma razón no fuma puros cubanos ni usa productos chinos o petróleo de Venezuela.
Resulta curiosa esa negativa. Para cualquier político, esa sería una espléndida ocasión de decirle a la cara todo lo que piensa del malvado entrevistador. Tendríamos una nueva versión del "dedo de Lagos". Pero ella no busca la fama a cualquier precio ni tiene esas viejas costumbres políticas. Ella es de otro mundo.
Además, todos saben que Beatriz posee un elevado sentido de la moralidad (como se vio en el episodio Mayol). La candidata no se junta con cualquiera. Por eso, su negativa a asistir al programa se funda en razones éticas, lo que la sitúa incluso por encima de Sebastián Depolo (coordinador de la campaña de Sánchez), de Giorgio Jackson y de Miguel Crispi, uno de los fundadores de Revolución Democrática, porque ninguno de esos renovadores de la política tuvo dificultades en sentarse en el infausto programa.
Lamentablemente, como en Chile estamos llenos de mal pensados, somos muchos los que no podemos arrancar de nuestra imaginación una idea perversa. Quizá el temor de Beatriz no se refiera a la dictadura. Tal vez no le asuste Pinochet, que ya está muerto. Es posible que sus miedos más profundos tengan otro nombre: Adam Smith. Porque no hay que olvidar que el panelista impugnado es un economista, y ya sabemos que a nuestra candidata esa ciencia le resulta sencillamente insoportable.
Imaginemos la cara de perplejidad que pondría Beatriz si Melnick le preguntara: ¿Cuál es la rentabilidad social por peso invertido en educación preescolar versus educación superior? O bien: ¿Cuál es el precio del cobre y el crecimiento esperado que usted estima necesarios para financiar las propuestas de su gobierno?
Tal vez los miedos no sean solo económicos. Quizá le asuste la posibilidad de que Patricio Fernández u otro de los panelistas se ponga pesado con preguntas sobre financiamiento de campañas, democracia interna de los partidos o imagine algún otro descriterio semejante.
No, nuestra candidata no puede exponerse a papelones.
Todo esto sonaría divertido si estuviéramos hablando de las elecciones de un club de rayuela, pero se trata de Chile. Maltratar la política es hipotecar nuestro futuro. Estos periodistas-moralistas ayer dejaron que Bachelet llegara a la Presidencia sin exponerla al escrutinio ciudadano, y hoy siguen ese modelo, empeorado.
Por más que en este momento las encuestas digan otra cosa, existe una cierta probabilidad de que Sánchez o Guillier lleguen a la Presidencia de la República. ¿Pretenden que votemos por ellos sin haberse sometido a un profundo escrutinio de la ciudadanía? ¿Solo están dispuestos a contestar preguntas de matinal? ¿Piensan que tienen el privilegio de saltarse las reglas de su propia profesión? Porque si es así, su lugar no está en La Moneda.