Beatriz Sánchez ha sostenido que no irá al programa de televisión en el que es panelista Sergio Melnick. ¿La razón? Se trata -explicó la candidata- de una decisión valórica. Y agregó:
No quiero validar que en televisión haya un panelista que fue ministro de un dictador. Creo que en un país decente, una persona que fue ministro de un dictador (...) no debería estar en un programa de televisión.
¿Tiene razón Beatriz Sánchez?
Para saberlo, nada mejor que detenerse en el fundamento que ella esgrime: el de un país decente.
¿Qué puede significar ese concepto -la decencia- que ella y otros miembros del Frente Amplio han, en ocasiones, esgrimido?
En la literatura, quien formuló el concepto de decencia fue George Orwell. Por decencia entendía este autor el punto de vista espontáneo y natural que la gente del pueblo, aquella que no pertenecía a las élites políticas e intelectuales, mantenía respecto de la vida en común. Se trataba, explica Orwell, de una convicción más básica que la simple idea de justicia social o de igualdad política; era una forma de convivencia, una inclinación natural que no requería de principios políticos o morales. Para Orwell, quienes más se apartaban de la decencia eran los intelectuales, quienes, en su época, se prestaron para apoyar las más amargas dictaduras y los más crueles atropellos. La gente común y corriente, creía Orwell, ha padecido muchas injusticias y por eso cuenta con un radar más o menos innato para detectar la impostura y el engaño. La decencia equivalía, para Orwell, a los valores de la gente de la calle.
Más tarde, y ya en la época contemporánea, un profesor israelí, Avishai Margalit, esgrime también el valor de la decencia en un libro primero publicado en hebreo y más tarde traducido al inglés: La sociedad decente (Harvard, 1996). ¿Qué es una sociedad decente para Margalit? Es una sociedad que está un tramo más arriba de lo que llama sociedad moderada y uno más abajo de lo que llama sociedad justa. Una sociedad moderada evita el trato cruel; una sociedad justa trata con justicia; una sociedad decente evita humillar a sus miembros quitándoles el control de sus vidas o privándolos de participar en las decisiones comunes.
¿Tiene entonces razón Beatriz Sánchez cuando afirma que una sociedad decente no debería permitir a un ex ministro de la dictadura participar de un programa de televisión?
Desde luego, si se recurre al concepto de Orwell (la decencia como los valores de la gente de la calle), no la tiene. En la moderna sociedad de masas, la gente de la calle no es como la soñó Orwell (quien la idealizaba, como suele ocurrir a quienes sienten culpa por ser, o imaginar ser, parte de la élite). Si se atiende a los valores de la gente de la calle es probable que buena parte de las instituciones de una democracia liberal se vendrían al suelo, desde la presunción de inocencia (al revés de ella, los valores de la calle o de Twitter condenan sin más) a la libertad de expresión (la mayor parte de la gente se aferra a prejuicios y no aprecia el valor de hacer competir las ideas). En fin, es la gente de la calle la que ve televisión y es seguro de que si ella no quisiera ver u oír a S. Melnick o a cualquier otro ministro de la dictadura, los directores de televisión no lo tendrían en pantalla.
¿Quizá Beatriz Sánchez pensaba en Margalit, entonces, cuando habló de sociedad decente?
Si así fuera, también se equivocaría, porque excluir a alguien por sus ideas o por su pasado es, cuando no se trata de un criminal, una forma de humillación o de exclusión que una sociedad decente, en los términos de Margalit, no debe permitirse. El pasado de una persona puede conducir a la admiración o el desprecio; pero, salvo que haya cometido delitos de los que esté impune, no puede ser esgrimido para condenarla y sancionarla con su exclusión del debate público. Una cosa es la trayectoria de una persona y otra, distinta, su pertenencia a la ciudadanía.
Así, entonces, no hay razón para excluir a Sergio Melnick del foro público.
Por eso, en vez de sociedad decente o lo que fuera, y a propósito de este incidente, quizá sea mejor recordar los valores de la democracia liberal, sin los cuales ninguna decencia existe: ella somete a todas las ideas a la competencia (confiando en que la mejor prevalecerá), no excluye a nadie en razón de su pasado (a menos de que sea un criminal impune), no se hace ilusiones con la gente (y por eso cree en derechos que ni la mayoría puede atropellar), permite que las audiencias decidan en el día a día (cuando consumen, como cuando ven tele) y cada cierto tiempo les entrega la tarea de reemplazar a los gobernantes mediante el voto.