El ex Primer Ministro sueco Olof Palme decía que cualquier gobierno es un gobierno de coalición entre el ministro de Hacienda y todos los demás. Esta situación se hace especialmente visible durante la elaboración de la Ley de Presupuestos. Rodrigo Valdés deberá enviar la norma correspondiente a 2018 al Congreso antes del 30 de septiembre y ya avisó en julio que serán "austeros" y no habrá margen para mayor gasto.
La primera quincena de septiembre es la hora de la verdad de esta ley. Durante el mes de agosto ya se han estudiado los informes sectoriales, y el director de Presupuestos ha remitido su propuesta al ministro de Hacienda, pero es en septiembre cuando el informe es sometido a la Presidenta de la República. Una vez que esta lo visa, el ministro informa a sus colegas del resultado del reparto del gasto, una de las decisiones de mayor calado político.
Por lo tanto, septiembre, el mes en que Chile está enfiestado, es un momento crítico de la relación entre la máxima autoridad del país, su ministro de Hacienda y el resto del gabinete. Que un ministro de Hacienda supere agosto, pero llegue debilitado y desautorizado a septiembre es una garantía de que sus colegas harán papiroflexia con sus propuestas presupuestarias. Es un buen indicador de salud biológica, pero no política.
Aquí yace una de las claves del pulso que se está librando desde hace varios días entre el equipo económico (Céspedes, Micco y Valdés) y el resto del Gobierno, incluida la Presidenta. El detonante ha sido el rechazo del proyecto Dominga. A los ministros de Economía y Hacienda se les había hecho creer que la inversión sería aprobada, pero en el último momento la decisión cambió. Ante esto, el ministro Céspedes abandonó la reunión del Comité de Ministros.
En La Moneda, el gesto de Céspedes molestó muchísimo y hubo reuniones para analizar el alcance jurídico del asunto por si podía servir para fortalecer un eventual recurso de los impulsores de Dominga.
Tampoco la reforma de las pensiones presentada por Valdés ha despertado entusiasmo en el Gobierno, donde se la considera tibia. El ministro, además, ha recibido fuertes presiones de la Nueva Mayoría para entregarles munición para la campaña electoral, ya sea por la vía de endurecer el proyecto previsional o actuando en otros frentes.
Esta situación tan subordinada del equipo económico habría gestado un pacto de hierro entre los miembros del mismo. Estos habrían acordado marcharse juntos si seguían siendo desautorizados.
La debilidad de Valdés reside en que el Gobierno no está dividido respecto de la actual situación. Él, Céspedes y Micco son los últimos habitantes de una pequeña aldea gala rodeada de romanos buenos para el gasto que buscan recursos para su batalla electoral. Nadie comparte el sentimiento de Valdés que considera un baldón ser el primer ministro de Hacienda en 25 años que ha visto cómo se degrada la calificación crediticia del país.
Esta vez, la Presidenta Bachelet ha jugado muy duro con su ministro de Hacienda. De esta manera se garantiza que nadie tenga dudas de que en su segundo mandato no pudo ser mediatizada por una figura política -el ministro de Hacienda- que desde el retorno de la democracia en Chile ha sido la mano derecha o izquierda del Presidente. De alguna manera, esta crisis es una especie de vudú presidencial en el cuerpo de Valdés, contra todo lo que en su día representó Andrés Velasco. Pero el episodio no está cerrado, y quizá la mayor victoria de Valdés sea precisamente seguir en el cargo.