En la anterior campaña presidencial hubo dos temas -atmosféricos, puesto que se daban por sabidos- que llevaron al triunfo a la Presidenta Bachelet.
Uno de ellos afirmaba que la desigualdad de Chile era creciente, una herida que se profundizaba día a día; el otro, que los chilenos y chilenas estaban hartos del individualismo y anhelantes de mayor cohesión social.
El reciente libro del PNUD -"Desiguales", Santiago, 2017- demuestra que las dos afirmaciones sobre las que descansó la anterior campaña eran falsas: la desigualdad en Chile, se la mida como se la mida, se ha aminorado (p. 21) y los chilenos y chilenas son cada vez más individualistas (p. 31). Y todo eso venía desde los años noventa. Subsiste, por supuesto, la desigualdad simbólica (pp. 197 y ss.); pero como decía Marx, la transformación comienza siempre por un cambio en las condiciones materiales. Y este ya se ha producido.
¿Habrían sido otros estos cuatro años si esos datos se hubieran tenido a la vista durante la anterior campaña presidencial?
Por supuesto. Si lo anterior se hubiera sabido, la campaña de hace cuatro años habría sido una competencia de ideas (las ideas son intentos de describir la realidad y sus posibilidades de transformación) y no una pugna de ideologías (las ideologías son envolturas de la realidad, fantasmas las llama Lacan). Los tiempos habrían sido menos psicóticos, por decirlo así, y más neuróticos. La diferencia entre el neurótico y el psicótico radica en que si bien ambos tienen un fantasma (una ideología), el neurótico sabe que lo tiene, en tanto el psicótico lo confunde con lo real.
Y en política, la neurosis (tener fantasmas, pero no dejar que suplanten a la realidad) es una virtud.
Y gracias al informe del PNUD, esta competencia presidencial podrá ser ahora una competencia de neuróticos: de ideas y no de envolturas fantasmáticas.
Las declaraciones de los candidatos presidenciales debieran, entonces, referirse a qué hacer en un país donde la desigualdad se aminora (y según mostró Sapelli, PUC, 2017, especialmente en las cohortes más jóvenes); donde la gente cree cada vez más que su suerte depende de su esfuerzo (y vive su vida como elección y no como un destino), y donde las capas medias alcanzan casi al sesenta por ciento de la población (capas medias surgidas en torno a la actividad propia y no a la sombra del Estado, como era la mesocracia de mitades del siglo XX). Por supuesto, siempre es posible que algún candidato ofrezca construir una visión globalmente distinta de la sociedad chilena (como será el caso, es de suponer, de Eduardo Artés); pero en general, todos los candidatos aspirarán a elaborar un discurso que haga sentido a esa realidad que el informe del PNUD constata. En eso consiste la política: en mediar entre las aspiraciones y la realidad.
¿Estarán a la altura?
Beatriz Sánchez, hasta ahora, pareciera preferir un discurso fantasmático, antes que uno de ideas. Es probable que su discurso (el de invitar a soñar Chile y ese tipo de cosas) posea atractivo generacional para los jóvenes (y los viejos que anhelan reverdecer), pero es insuficiente para apelar a un electorado que, a la luz de las transformaciones culturales del país, ya no se deja seducir por sueños colectivos. La gente no parece querer modelar su vida mediante la política, sino editarse mediante el consumo.
Sebastián Piñera es, hasta ahora, quien más esfuerzos ha hecho por conectar, al menos a nivel del discurso, con la realidad de Chile que el informe del PNUD describe, esa sociedad de grupos medios, poseídos por la pasión por el consumo, en cuya memoria familiar acecha el temor de quedar a la intemperie. No es raro, por eso, que le esté yendo bien en las encuestas. El peligro de Piñera es que su ánimo circense (su última incursión consistió en bailar zumba, olvidando que en su caso la dignidad de la distancia es mejor que la torpeza de su cercanía) acabe banalizando sus palabras. Las ideas políticas requieren tener contacto con la realidad, pero también apoyarse en una gestualidad a la altura.
El caso más sorprendente es el silencio de Alejandro Guillier. Él no ha tratado de interpretar a la ciudadanía. Al revés, parece creer que la campaña electoral consiste en que la ciudadanía lo interprete a él. Extraño caso de misticismo: el político que quiere ser interpretado en vez de interpretar.
Se equivoca.
Hoy, gracias a las gotas de realidad que salen del informe del PNUD, la campaña será una cosa de neuróticos (o sea, de ideas) no de silencios místicos, ni de tardíos sueños revividos.
En política hay tiempos psicóticos, tiempos en los que la fantasía lo domina todo. También hay tiempos de neurosis:
en ellos existen fantasías, pero no logran suplantar a la realidad.
Carlos Peña