Esta es la historia de Gladys (Nathalia Aragonese), vecina de La Victoria en 1983 y una pobladora sensual y sonriente que milita en la oposición a la dictadura. Ella, también su madre y la mayoría de una población sin hombres, porque reinan las mujeres, un par de adolescentes y Vladi (Elías Collado), niño fisgón, corto de vista y hablador.
A ese lugar llega Sam (Daniel Contesse), misionero estadounidense de 23 años, con múltiples propósitos: predicar la palabra de Dios y ayudar a los necesitados, tomar fotografías, filmar la vida poblacional y plasmar ese trabajo en un proyecto que se exhibirá en Estados Unidos.
El verdadero proyecto de Sam, pese al ímpetu religioso, laboral y artístico, no es político, precisamente: es Gladys, que pertenece a la corte del cine de Justiniano, desde Sussi a la adolescente Kathy o la mexicana Lupita. Objeto del deseo, mujer sensual y el eje de una historia que se conecta con el documental "La Victoria" (1984), la primera película del director.
La cuarta fue "Caluga o menta" (1990) que se partía en la mitad, y del rango naturalista, sudoroso y pegado a la realidad, se pasaba a una dimensión esotérica, extravagante y fronteriza con el realismo mágico.
En "Cabros de mierda" y después de más de un cuarto de siglo, Justiniano se mantiene fiel al mismo estado. Eso es un mérito, aunque la película no lo sea.
La película cambia de tono, pasa de un género a otro y algunos personajes, junto con sus parlamentos, se convierten en bustos parlantes que dan discursos sobre el país y el futuro.
La pobreza de una población no basta, se necesita inyectarle feísmo y groserías.
El rostro de un niño no cumple y por eso le instalan anteojos enormes y desorbitantes, para subrayar que es listo, simpático e inocente.
Con un desnudo no se llega, tampoco con dos ni tres, y en la hora decisiva más vale algo cercano y medio pornográfico.
La cultura popular con su carbonada extranjera, musical y mezclada, tampoco llena el cuadro, siempre se requiere algo extra: algo grotesco, circense y unos personajes de carnaval en el local "Hollywood".
Lo que queda son afeites, prótesis, balbuceos, desmesura y maquillajes, pero no una historia completa, sino retazos de varias cosas que finalmente no cuajaron: un relato de pasión, el peregrinar de Sam, la resistencia de esos años o la denuncia antiimperialista.
"Cabros de mierda" contiene algo paradojal, porque en su interior hay mucho de inconcluso, pero la gran historia, en cambio, sí se cierra.
La película se inicia en el Museo de la Memoria, va al pasado de 1983, vuelve al presente y abrocha el círculo, para que lo sucedido quede encapsulado y documentado. Asume un antes y un después. Un corte, un juicio y una explicación.
La tesis es tranquilizadora, pero el cine en estas materias debería ser lo contrario: inquietante, dudoso y ambiguo.
Más que mal el país profundo, complejo, flotante y a veces peligroso, siempre ha sido continuo, sobre todo continuo.
Chile, 2017. Director: Gonzalo Justiniano. Con: Nathalia Aragonese, Daniel Contesse, Elías Collado. 126 minutos. Mayores de 14 años.