La trilogía Millennium, de Stieg Larsson, es, si no uno de los fenómenos editoriales más grandes de todos los tiempos, un acontecimiento que ha remecido a los aletargados lectores del siglo XXI. Traducida a más de 50 idiomas, leída por unos 100 millones de personas, la secuencia narrativa tiene admiradores de la talla de Vargas Llosa -"la he leído con la excitación febril con que de niño leía a Dumas o Dickens"- o Carlos Ruiz Zafón -"entre los mejores relatos populares de los últimos 20 años... para reenamorarse de la lectura"-. Tales encomios son justificados: Larsson crea un mundo en parte ficticio, en parte real, que es un mundo absorbente, cruel, atrapante, compuesto por novelones inmensos que no pueden dejarse porque devoran nuestra atención y producen un genuino placer, que consigue lo que pocos narradores han logrado en el pasado reciente, vale decir, una adicción por estos febriles folletines. Y más importante es el hecho de que Larsson ha puesto el dedo en la llaga en los principales problemas del presente -la corrupción, los abusos en contra de las minorías, la internacionalización del delito-, en tramas que han transformado el género policial, devolviendo a la novela el contenido social y político que tuvo hasta principios de la centuria pasada. Más aun, Larsson ha creado una galería de personajes inolvidables, entre los que sobresale Lisbeth Salander, una chica con serios problemas psicológicos, aunque brillante, excéntrica, a quien celebramos por cada una de sus hazañas, pero con la cual no desearíamos encontrarnos por ningún motivo.
El desafío de continuar la saga Millennium, que Larsson finalizó poco antes de morir prematuramente, es atractivo y comprensible: ventas elevadas, ganancias estratosféricas y recuperación de un público cautivo. Sin embargo, los editores deberían haber sabido muy bien que si las segundas partes casi nunca son buenas, menos buenas serán las cuartas partes.
Lo que no te mata te hace más fuerte , de David Lagercrantz, pretende continuar la serie inaugurada con
Los hombres que no amaban a las mujeres y se queda a mitad de camino entre la repetición de trucos y lugares comunes o el evidente deseo de resucitar el brío y el poder narrativo de cada uno de los tomos que componen Millennium. Obviamente, Lagercrantz no es Larsson y nadie podría soñar con que lo fuera, salvo, claro, sus agentes literarios y las empresas que representan a Larsson. El resultado es una paradoja monumental: mientras las narraciones precedentes a
Lo que no te mata... conforman un virulento ataque al negocio por el negocio, la presente trama está concebida con el manifiesto propósito del lucro. A mayor abundamiento, Lagercrantz escribe en forma robótica, carece de espontaneidad, se va por las ramas a cada rato y cae en lo peor que puede afectar a este tipo de intrigas: una total ausencia de tensión y una prosa muy pobre.
Lisbeth ahora acaba de participar en un enredado ataque hacker sin razón visible, asumiendo peligros que por lo general habría evitado. Al mismo tiempo, la revista "Millennium" pasa por sus peores momentos: ha sido comprada por una corporación transnacional de la entretención; Mikail Blomkvist, su periodista estrella, tiene poco o nada que contar; Erika Berger, la dueña del magazine y cómoda amante de Mikail, ejerce toda su capacidad de manejo para mantenerlo a flote y el resto de sus notables colaboradores van a la deriva.
Lo que no te mata... traslada el escenario desde la relativamente plácida Estocolmo, al centro de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, donde surgen diversos actores, hombres y mujeres extravagantes hasta decir basta, todos, por cierto, genios computacionales, aunque nunca le llegarán a los talones a Lisbeth. Hacia la mitad del volumen, Lagercrantz incurre en un pecado gravísimo: todo, absolutamente todo el lenguaje deriva en una jerga tecnológica que ni siquiera los grandes expertos digitales parecen entender, por lo que amplios tramos de
Lo que no te mata... pasan a ser un galimatías insoportable e ininteligible.
Pero como estamos ante lo que se presume es un thriller , el profesor Hans Balder, un eminente investigador especializado en inteligencia artificial, con un hijo que es un autista genial, él mismo un paciente con síndrome de Asperger y una biografía desastrosa, es asesinado justo antes de revelar a Mikail un complot que pone en peligro a la humanidad. Su fuente de información es, desde luego, Lisbeth, quien hace su aparición triunfal más o menos cuando nos hemos tragado unas 300 páginas de
Lo que no te mata... En adelante, tenemos operando a mafias rusas, a espías cibernéticos, a centros clandestinos de esclavitud sexual, a forajidos que pueden estar actuando por cuenta propia; y hay espionaje industrial junto a tráfico ilegal de datos reservados a escala sideral, muertes súbitas o provocadas por fuerzas malignas, persecuciones inútiles y Mikail siente que puede salvar a "Millennium", siempre que cuente con la participación de la mortífera Lisbeth.
En el fondo, el problema más serio de
Lo que no te mata... es la total falta de acción o, dicho en forma más ajustada, un desarrollo en cámara lenta impermisible en esta clase de libros. Aunque Lagercrantz hace visibles esfuerzos por dotar a sus episodios de cierto nivel de sorpresas, solo consigue meter y sacar a gente que enseguida olvidamos. De este modo, lo que pudo ser la continuación de una serie memorable, deviene algo olvidable.