Señor Director:

Ni el cardenal Medina, ni yo, ni millones de creyentes o no creyentes, queremos que haya en Chile una cultura del aborto libre, ni que miles de mujeres vivan la maternidad como una sentencia.

Hay buenas razones para defender tanto la vida del que está por nacer como la dignidad de la mujer, sin caer en mutuas exclusiones ni en amenazas de castigos eternos. Muchos cristianos estimamos que debe primar la vida del más vulnerable y poner todos los medios para que el embarazo no sea indigno e insoportable. Escuchar esas buenas razones es lo que la sociedad secular espera de los cristianos en el debate público.

Hacer que nuestras convicciones convenzan es distinto de forzar la conciencia mediante la amenaza. Es evidente que las consecuencias de nuestros actos no son neutras: objetivamente, una conciencia poco lúcida puede matar, sin darse cuenta que lo hace. Los cristianos creemos que Jesucristo da lucidez, pero a la hora de argumentar en el debate público sabemos que infantilizamos a las personas si las forzamos a tomar decisiones movidas por el temor a una sanción externa (la negativa de los sacramentos o las penas del infierno). El adulto se mueve por las convicciones de una conciencia formada. Es la diferencia entre la "cristiandad" y el testimonio evangélico en una sociedad laica

Jesús nos enseñó a no escandalizarnos de la coexistencia del trigo y la cizaña. Entre quienes defienden la ley que despenaliza el aborto en tres causales y quienes se oponen a ello, existen las motivaciones más diversas: allanar el camino al aborto libre, defender la vida del que está por nacer, dar justicia y misericordia ante situaciones extremas en las que el heroísmo no puede ser exigido por ley, posicionarse ante el electorado. Todo esto es propio de una democracia que mucho costó alcanzar.

Desde la fe, los pastores cristianos tenemos el deber de dar argumentos capaces de dar sentido a las mejores razones laicas. Desde la fe, los legisladores cristianos tienen el deber de actuar de acuerdo a la conciencia que se han formado; de no hacerlo, mentirían.

Pablo Walker SJ
Capellán del Hogar de Cristo