Hace 50 años, un letrero colgante dijo que desde las páginas de este diario se mentía, porque se sostenía que en los grupos que se habían tomado la Universidad Católica de Chile el 11 de agosto de 1967 había infiltración marxista.
Los estudiantes rebeldes rechazaban esas tesis, pero la verdad se haría patente en los años inmediatamente siguientes, ya que la mayoría de quienes participaron de esa toma, efectivamente, engrosaron las filas de los partidos marxistas.
Sí, lo que realmente sucedió desde agosto de 1967 en adelante fue que una toma física fue continuada durante los próximos seis años -hasta septiembre de 1973- por una captura de la Universidad que se expresó en una rectoría partisana -la de Fernando Castillo Velasco- y en unos equipos de gobierno comprometidos con un determinado proyecto revolucionario, el de Allende y la UP.
¿Cómo se expresaba ese compromiso?
Castillo Velasco lo definía en 1970 como "insertar a la universidad en el proceso de liberación humana y social, contribuyendo a la creación de una nueva y propia cultura, forma de vida de un pueblo que se convierte en sujeto de su historia y constructor del mundo humano", lo que -especificaba meses después, ya electo Allende- consistía en "aumentar y enriquecer nuestras relaciones con el proceso de transformaciones que vive el país, especialmente en los sectores populares y juveniles". Por eso mismo, llegó a haber unidades académicas en la universidad que fueron concebidas de modo militante. El Centro de Estudios de la Realidad Nacional fue el mejor ejemplo. Desde sus publicaciones se afirmaba que "se trata de construir y fortalecer el poder popular para elaborar y edificar una nueva institucionalidad, un nuevo Estado, que consagre el dominio de los trabajadores y permita la instalación de una sociedad verdaderamente humana". Esa misma entidad universitaria se permitía afirmar en abril de 1972 que "la situación chilena actual está marcada por un objetivo principal: el tránsito a la construcción del socialismo".
Fueron los años de la universidad capturada y degradada; y hoy existe una preocupación grande por la posibilidad de que la universidad vuelva a ser capturada y degradada.
Pero conviene que quienes así acertadamente se manifiestan -en concreto, una alta autoridad eclesiástica de la P. Universidad Católica de Chile- no pierdan de vista dos dimensiones del problema.
Por una parte, que los que intentan hoy una nueva captura son justamente los primos hermanos de quienes controlaron ideológicamente la Universidad Católica entre los años 67 y 73, y que son portadores de los mismos propósitos señalados más arriba.
Y, por otra, que a todos los que participamos dentro de esa universidad del proceso de restauración, conducido por el preclaro rector Jorge Swett, nos resultan hirientes expresiones como "dictadura" y "universidad vigilada", no cuando provienen de nuestros adversarios, sino de nuestros pastores. Nos resultan además tan inapropiadas esas palabras si recordamos los merecidos elogios con que la Santa Sede se refirió numerosas veces a la tarea del rector Swett, a su obra de catolicidad profunda, de reorganización institucional y de desarrollo de las ciencias.
Cincuenta años atrás hubo una notable capacidad de reacción frente al intento de captura y degradación que impulsó la rectoría Castillo Velasco. Fue el gremialismo universitario, conducido por Jaime Guzmán, corriente plenamente vigente en las universidades chilenas.
Hoy, al contar con una rectoría de excelencia, podría no parecer tan necesaria la voz gremialista. Pero la luz de la historia da una señal de alerta sobre otras amenazas.