Jesús, nacido en Belén hace más de dos mil años, no solo es el fundador de una religión que se mantiene vinculante con bastante vitalidad después de ese largo período, reuniendo hoy a cerca de dos mil doscientos millones de seguidores -el grupo religioso más numeroso del mundo contemporáneo-, sino que también y, por ello mismo, su figura ha generado una ingente producción "cultural" -uso términos muy amplios- que es la mayor que ha dado lugar en torno a persona alguna conocida. No solo se trata de escritos propiamente religiosos -desde los primeros textos evangélicos, pasando por toda la elaboración teológica posterior, hasta, para mencionar un libro reciente de gran nivel, los dos volúmenes que el Papa Benedicto dedicara a su vida-, sino, además, un sinnúmero de estudios históricos, sociológicos, morales y literarios en sentido propio. Hay que recordar la poesía religiosa y mística, que destaca entre los más altos logros de la poesía universal y, en la narrativa, solo quisiera mencionar tres títulos de los últimos años, muy importantes en este ámbito de las letras: "El reino", de Emmanuel Carrere; "La infancia de Jesús" y "La educación de Jesús", del Premio Nobel de Literatura sudafricano John Maxwell Coetzee. Con todo, es en todas las artes donde la vida y la obra de Jesús ha suscitado un impacto gigantesco: piense, lector, en las magníficas representaciones que en la historia de la pintura y la escultura se han aproximado a su imagen en los episodios más conocidos de la vida del Nazareno; en la grandiosa tradición de la música sacra; en la arquitectura religiosa, que ha erigido tantas exquisitas catedrales desde el románico al barroco; en el cine, quizás la expresión artística más popular en nuestra época, en la cual se han llevado a la pantalla decenas de versiones de la vida de Jesús, desde "La Pasión según San Mateo", de Pier Paolo Pasolini, hasta las controvertidas "La pasión", de Mel Gibson; "La última tentación de Cristo", de Scorsese, o el musical "Jesucristo superstar".
¿Qué de nuevo se puede aportar después de este cúmulo bimilenario?, se preguntará más de alguno. Nada, probablemente, aunque Jesús ha demostrado ser una musa inagotable. No obstante, es patente que, precisamente a raíz de ese impacto cultural casi inconmensurable e incesante, el acceso a Jesús resulta ser en extremo "mediatizado". El creyente, o incluso el no creyente, que tiene interés en acercarse hoy al misterio de su vida y su palabra se enfrenta a esa densa, rica, a veces apologética, otras negadora, red de mediaciones. Aunque intente acudir a las fuentes primarias -los textos evangélicos- entre la lectura de los mismos y el lector se interpone un velo de interpretaciones, imágenes y malentendidos que impiden cualquier acercamiento que pretenda ser fiel al Jesús de los orígenes.
Cristo, después de dos mil años de cristianismo, parece hallarse, en cierta medida, oculto, en algún modo distorsionado, en alguna parte inalcanzable, en el centro del edificio extraordinario y deslumbrante de referencias que su carisma único y fuera de lo común ha construido en torno suyo. Es este el horizonte a partir del cual debe leerse, a mi parecer, "Jesús", de José Miguel Ibáñez Langlois.
El autor del libro se propone un objetivo -que él mismo reconoce, sin perjuicio de su apariencia de moderación, como ambicioso- que supone brindar al lector un acercamiento a la vida y la obra de Jesús que, en la medida de lo posible, logre atravesar esa montaña de textos e imágenes y nos comunique con el núcleo esencial del ministerio de Cristo en la tierra, que nos allane el camino hacia la significación fundamental de su presencia y su llamado, que lo muestre desnudo, despojado de las capas culturales que en parte lo adornan y en parte lo velan; se propone, en otras palabras, volver a Jesús, ese "Jesús" que se ubica solitario en el título del libro.
Ibáñez Langlois -autor de una vasta y reconocida obra que cubre estudios teológicos, filosóficos, poesía, escritos de teoría y crítica literarias- para lograr ese propósito debe realizar un ejercicio de despojamiento y renunciación radical, puesto que para abrir el camino de acceso a Jesús se ve forzado a escribir un texto en que no figura ninguna referencia, ninguna cita, ningún elemento que remita al exterior del texto; para decirlo de otro modo, debió escribir un libro desprovisto de cualquier atisbo de erudición, en el mejor sentido de esa palabra.
Me parece, en verdad, admirable cómo el autor -que tiene un par de doctorados a su haber- se despoja de todos los saberes humanos que son tan propios del quehacer académico y elabora un discurso completamente depurado, escrito desde sí mismo, como si el texto brotara directa y casi espontáneamente de su alma religiosa, imbuida largamente en la meditación de Jesús, pulida en una praxis y comprensión del mismo en torno al cual ha girado, como alrededor de "una antigua torre".
Esta estrategia la lleva al máximo de acabamiento cuando se refiere a los discursos que nos llegaron de Jesús a través de los Evangelios, porque en lugar de citar el respectivo capítulo y versículo, absorbe la palabras y las vuelca en un discurso directo en que la voz del Jesús de los evangelios queda fundida con la voz del autor en una operación solo en apariencia sencilla.
Ibáñez Langlois es un muy buen escritor. Teniendo siempre a la vista el propósito que lo guía, desarrolla una escritura llana, precisa y entusiasta, y no hay ningún momento en que se aparte de ella hacia una construcción sintáctica más rebuscada o un lenguaje técnico, siempre apuntado a una claridad y vigor, en los cuales nada perturbe en el lector el acceso a la sustancia de lo quiere transmitir: Jesús.
Se advierte, por cierto, sus años de familiaridad con la literatura, puesto que, de modo discreto y muy dosificado -en "Jesús" no se "novela" en ningún momento la vida de Jesús-, el autor pone en práctica la imaginación empática y logra acercarse al mundo interior, a la subjetividad misma de Jesús o de algunas de las personas que se relacionan con él, intuyendo lo que se halla presente en los textos bíblicos, pero que pasa invisible al lector común. Del mismo modo, esa mirada de escritor queda en evidencia en su capacidad de leer los escritos evangélicos, fijándose en ciertos detalles que ayudan a construir, por decirlo de algún modo, al "personaje" Jesús, es decir, le concede el volumen que completa su dimensión humana.
Sin ser experto, me parece patente que en "Jesús" el autor logra una síntesis pura, esencial y sumamente persuasiva de los aspectos centrales del misterio de la cruz de Cristo, del dolor, del pecado y de la misericordia -eje de su mensaje-, dotándola de una forma sobresaliente a la cual se aferra sin vacilar, la precisa para transmitir la médula espiritual rescatada.
El autor logra acercarse al mundo interior, a la subjetividad misma de Jesús o de quienes se relacionan con él, intuyendo lo que se halla presente en los textos bíblicos, pero que pasa invisible al lector común.