¿Existirá la DC chilena dentro de 30 años? ¿O de 20 o 10? En la mente de muchos democratacristianos chilenos se asoma el fantasma de la DC italiana, que fue uno de los partidos más poderosos de occidente, y de un día para otro desapareció sin dejar rastros.
Lo suyo no es una tragedia, sino un sainete, palabra olvidada, pero muy actual: "Pieza de teatro de carácter popular y burlesco, que se representaba como intermedio o al final de una función". Lamentablemente, las bufonadas DC no son cosa de esta semana. "No habrá acuerdos con el PC", decían en 2010; "habrá un acuerdo electoral, pero no una alianza de gobierno", se corregían en 2011; "no formaremos parte de la misma coalición política", proclamaban sus autoridades en 2012; "esto lo debe decidir la Junta Nacional", admitían en 2013. Poco después estaban navegando todos en la Nueva Mayoría. Otro tanto sucede con el aborto, expresamente excluido en su último congreso ideológico, pero apoyado por la mayoría de sus parlamentarios. Y mejor no hablemos del papelón de estos días.
Maquiavelo se preguntaba si era preferible ser temido o amado. El problema de la DC actual es que no produce miedo: ¿Quién se pone nervioso ante una amenaza de su directiva? Menos produce amor (ese amor arrogante y orgulloso que tenían Leighton o Frei Montalva por su bandera política ya no existe). Ni siquiera provoca el odio de sus adversarios: solo suscita menosprecio. Algunos se alegrarán, a mí me parece que no es bueno para Chile.
¿Nos hallamos ante un proceso fatal? ¿Está nuestra DC destinada a desaparecer sin pena ni gloria, como le sucedió a su congénere italiana?
Depende de ella. Si un partido quiere ser considerado por los demás, debe comenzar por respetarse a sí mismo. Y ese respeto no depende de lo que uno dice, sino de lo que hace.
Más allá de la suerte que corra Carolina Goic en las elecciones, en los próximos meses la DC tendrá una oportunidad única para recuperar parte del capital político que ha dilapidado. Sucede que, si bien el gobierno de la NM está herido de muerte, se trata de un moribundo muy peligroso, cuyos estertores pueden hacer un enorme daño al país. Aquí, la DC (y solo ella) puede desempeñar el papel de tuteladora de la estabilidad, lo que le daría un gran prestigio, aunque cause las furias de Teillier.
No se trata aquí de complacer a la derecha, sino a sus propios electores, que están bastante desanimados. ¿O alguien piensa que en Chile solo hay un 1% de democratacristianos, que es el dato que da la encuesta Adimark cuando pregunta por las preferencias espontáneas de voto por su candidata? El hecho de que muchos DC no se sientan interpretados representa una oportunidad. Como en la vieja canción de los Bee Gees, todavía es posible reparar un corazón destrozado.
La recuperación de la estima supone pagar las propias culpas. Y en política las culpas se pagan pasando un tiempo lejos del poder. Si gana Piñera, la DC tendrá que decidir qué tipo de oposición desempeñará. ¿Se sumará al vocerío y a la sistemática obstrucción de la izquierda? ¿O pasará a constituir la "oposición principal", recuperando el estilo de la democracia de los acuerdos que funcionó en la transición y hoy añora la ciudadanía? Si quiere, la DC podría transformarse en el gran árbitro de la política chilena.
Esa definición podría ir acompañada por otra, todavía más audaz, aunque dudo que se atrevan. Supongamos que Goic es derrotada, ¿qué harán en segunda vuelta? Los dirigentes del partido se inclinarán a la izquierda, pero sus electores probablemente terminen apoyando a Piñera. ¿Con quién le conviene a la DC hacer una coalición de gobierno? La respuesta no es obvia. Si se trata de recuperar credibilidad y fuerza política, quizá le convenga no pactar con ninguno y conformarse con el mencionado papel de cara principal de una oposición razonable. Con la derecha no querrán llegar a un acuerdo: se lo impide su psicología. Pero si pactan con la izquierda, seguirán manteniendo el carácter de socios cautivos, que explica que los hayan ninguneado en los últimos años. A cambio de una ligera esperanza de que Guillier sea elegido Presidente, estarán pagando un costo seguro.
No pretendo dar consejos a la DC, pero cabe que le convenga hacer la pérdida y mostrar independencia respecto de la izquierda. No conseguirá ministerios en 2018, pero reforzaría su identidad y la izquierda empezaría a temerle, dos cosas que tendrían efectos terapéuticos en los atribulados corazones falangistas.
Maquiavelo se preguntaba si era preferible ser temido o amado. El problema de la DC actual es que no produce miedo, menos produce amor, y ni siquiera provoca el odio de sus adversarios.