Hete aquí la réplica citadina de la conocida anécdota del lugarejo rural francés donde ofrecen un almuerzo que resulta el mejor de todo el periplo, y aun de la vida, servido por una viejecita quitá de bulla pero maestra eximia en su oficio.
En un rincón del barrio Italia encontramos el Café Bovary, cuya entrada está en la esquina ochavada de una vieja casa. Está ahí desde 2001, dedicado a producir tortas de excelente calidad, y desde hace no mucho se ha ampliado para ofrecer almuerzos, aparte de desayunos y tés.
El lugar está muy discretamente decorado, sin alardes ni notas discordantes. Un perfecto pequeño bistró. Y ofrece como almuerzo una o dos entradas y dos platos de fondo a elección. No hay vinos ni bebidas alcohólicas, pero sí muy buenos jugos naturales (frutas licuadas en su momento por el café y luego conservadas).
Informados de la exigüidad de la oferta (luego nos enteramos de que de cada plato se hacen solo unas veinte porciones; cuando se acaban, solo se puede pedir sándwiches), titubeamos un poco pero, al fin, nos instalamos. Y pedimos.
La entrada ese día era un tiradito de róbalo ($2.600): nos pareció irreprochable en el corte y frescura del pescado y en la salsita que lo cubría, criteriosamente peruana. Solo repararíamos una cosa: la exigüidad del contenido que, no obstante su bajo precio, podría aumentar en un 15% y dejaría más que feliz a cualquiera.
Después probamos los tallarines con salsa de zapallo ($4.500). Y aquí comenzaron las sorpresas, porque la calidad del plato dejó en evidencia de inmediato que había en la cocina alguien con oficio y un refinado gusto. Los tallarines, caseros, estaban hechos con harina sin gluten que compran en los molinos con el nombre de "harina raviolera". La cocción de la pasta, irreprochable. Y la salsa, delicada, con sabor bien pronunciado y bien delicado al mismo tiempo. Un auténtico logro estos tallarines.
El otro plato fue una pechuga de pollo "con verduras encurtidas y panquequitos" ($4.600): especie de versión criolla del pato Pekín, es decir, pechuga de pollo trozada acompañada de panquequitos para envolverla junto con algunas verduras aliñadas con vinagreta. La cocción y dorado de la pechuga: un verdadero prodigio, que suele lograrse solo con maquinaria de precisión. Única observación: insuficientes panquequitos para acompañar esa delicia. Agreguen tres más por plato y será perfecto.
Delicioso cheesecake de frambuesa, hecho con ricotta casera y mermelada casera ($2.100), y una excelente torta de panqueques con lúcuma ($2.500).
Uno pediría, rogaría, suplicaría al respetable gremio de mesoneros ("restauradores" se autotitulan) nacionales que estudiaran este ejemplo y lo replicaran, aunque exige algo que no abunda: el buen gusto. Estos lugares amplían los límites espirituales de la ciudad, dan a conocer rincones suyos recoletos. Abren mundo. Si hubiera más de estos, estaríamos en el "non plus ultra" del arte culinario.
Julio Prado 1242, esquina Los jesuitas, Providencia. 2 2225 7147.