Si exhibir la nueva película de un gran director es un acontecimiento, ¿qué pasa cuando estrenas tres? Eso ocurrirá en octubre cuando en el Festival de Valdivia se exhiban las cintas que el realizador surcoreano Hong Sang-soo lanzó este 2017 -una en el Festival de Berlín y dos en Cannes-, en lo que debe ser un récord de productividad para un director en lo que va del siglo y, de paso, un hito en la historia del FICV, porque pese a su reputación de nivel mundial, Hong es un raro visitante de nuestras pantallas.
Considerado uno de los padres de la "Nueva Ola" del cine coreano en la década pasada, Hong no posee el perfil comercial de Chan-wook Park -cuya fascinante "Old Boy" (2003) tuvo un desteñido remake estadounidense-, ni tampoco el eco de Bong Joon-ho (que la semana pasada estrenó mundialmente "Okja", vía Netflix) o el impacto de Na Hong-jin, quien después de "The Wailing" (2016) está convertido en el cineasta asiático de moda. Comparado con ellos, él está en otra: no le interesa cruzar hacia el mercado estadounidense, trabajar con efectos especiales o producir material hablado en inglés. Lo suyo es filmar personas, historias de encuentros y desencuentros, confusiones, infatuaciones, fantasías anheladas, cumplidas o estrelladas.
Quizás por eso, cuando los primeros filmes de Hong se asomaron por occidente, los críticos lo asociaron con el joven Woody Allen o el mejor Eric Rohmer. Basta ver "El poder de la provincia de Kangwon" (1998) o "Turning Gate" (2002) para entender que esa comparación era apresurada, pero en algunos aspectos todavía hace algo de sentido: tal como Allen, Hong Sang-soo evita aludir directamente a "grandes temas", fija su atención en ambientes artísticos y burgueses, y posee un ritmo de trabajo prodigioso (filma un proyecto al año). Tal como Rohmer, se interesa ante todo en las limitaciones de sus personajes, pero sin caricaturizarlos; sus frecuentes errores, idioteces y falencias son humanas, primero, y cinematográficas, después. Pero ni a Woody ni a Eric se les habría ocurrido filmar como lo hace Hong: mientras la puesta en escena de estos es, en general, lineal y conservadora, la plasticidad del coreano parece ilimitada. En "La virgen desnudada por sus pretendientes" (2000), narra los hechos dos veces pero con resultados tan opuestos que parecen obras distintas. En "Hill of Freedom" (2014), la protagonista deja caer unas cartas de su enamorado; al recogerlas, las lee en desorden, y de ese modo -sin aparente cronología- continúa la historia. Como si a Hong le interesara menos el "qué" y el "cuándo" de un relato, para dejarse llevar por el "cómo", por las múltiples maneras de contar algo y el efecto que provoca elegir tal o cual estilo para narraciones que parecen diversas pero que, en el fondo, son la misma.
Es lo que ocurre en los filmes que llegarán a Valdivia: "On the Beach at Night Alone", "Claire's Camera" y "The Day After", tres historias de desengaño femenino protagonizadas por la misma actriz, Kim Ming-hee. En la primera, interpreta a una actriz que huye tras finalizar su affaire con un director; en la segunda, es una productora despedida en pleno Festival de Cannes y ayudada por una extraña (Isabelle Huppert); en la última, es la sufrida asistente que un editor de libros utiliza para ocultarle a su mujer sus aventuras amorosas. ¿Tres facetas de la misma persona? Muy probable. Sobre todo porque en la vida real, Hong Sang-soo y su actriz se convirtieron en amantes, se fugaron y luego se confundieron. Igual que en sus películas. Igual que en la ficción.