Tres parejas, más un amigo soltero, se reúnen a cenar en el departamento de Eva (Kasia Smutniak) y Rocco (Marco Giallini). Todos son cuarentones tardíos, comparten una amistad de muchos años y las parejas están desgastadas, más cerca de la separación que de la continuidad. Pero nada ingrato debería ocurrir en esta noche de viernes de verano en la que además se espera un eclipse de luna.
La velada empieza con toda normalidad, hasta que la anfitriona plantea un desafío a la rutina: que cada uno deje el celular a la vista en la mesa, haga público todo lo que reciba y responda a las eventuales llamadas con el altavoz activado. Eva, que es analista, observa con agudeza que el móvil se ha convertido en "la caja negra de nuestras vidas" y que quizá aloja demasiados secretos.
Todos piensan que jugar a esto es una mala idea, que se parece a una ruleta rusa, pero nadie quiere mostrar que no se atreve a ser transparente con las parejas y los amigos. Por lo tanto, de un minuto a otro los teléfonos están sobre la mesa. Afuera, en el cielo, comienza el eclipse que se prolongará por varias horas.
El celular se convierte en algo similar a lo que Hitchcock llamaba un McGuffin, es decir, un objeto inerte que concentra y produce la tensión. Y resulta ser un recurso altamente efectivo: durante los primeros minutos de la cena, mientras los personajes polemizan respecto de los hijos, el trabajo o las terapias, todos, personajes y espectadores, quedamos a la espera del ruido de alguno de los teléfonos.
Como planearía cualquier guionista, los primeros mensajes son triviales o inocuos, aunque avanzan en una dirección peligrosa.
El cine italiano ha sido uno de los primeros en prestar atención al rasgo intrusivo de los teléfonos móviles en la vida cotidiana. Ya en el 2001, la comedia agridulce El último beso (sobre otro grupo de amigos, otra generación y otras crisis de parejas: también especialidad italiana) poblaba su banda sonora con la perturbadora bulla de los teléfonos. Perfectos desconocidos los pone en el centro del relato, ahora como objetos en los que se realiza mucho de la vida, no solo íntima, sino sobre todo secreta. ¿O habría que decir solamente culposa?
El cineasta Paolo Genovese es también autor de la idea, pero su ejecución está por debajo de ella. Además de convertir al eclipse en un metaforón cuando merecía un trato más delicado, carga a sus personajes con unas ansiedades que a menudo hacen previsibles sus conflictos. No hay que extrañarse si se adivina lo que va a ocurrir con uno u otro: es que la dirección les ha recortado la libertad; no están para sorprendernos, sino para cumplir con lo que dicen sus vestimentas, sus gestos, sus modales, sus prototipos.
A pesar de esta limitación, queda en pie el poder del McGuffin para organizar una reunión de la que nadie pueda salir tal como entró. En eso, esta película es un triunfo.
Perfetti sconosciuti
Dirección: Paolo Genovese.
Con: Marco Giallini, Kasia Smutniak, Valerio Mastandrea, Anna Foglietta, Edoardo Leo, Alba Rohrwacher, Giuseppe Battiston.
97 minutos.