Pocas veces los números hablan con total claridad. El domingo pasado así lo hicieron: la derrota del Frente Amplio fue estrepitosa. Es una buena noticia para Chile.
Miremos los datos.
El Frente Amplio fue más que cuadruplicado por el otro pacto en competencia: poco más de 327 mil votos contra más de un millón 400 mil. Y si hubiese habido primarias en la coalición de gobierno, el porcentaje total de participación del Frente habría bajado del escuálido 18% al mísero 3 o 4%. Esto se explica porque los militantes de los partidos del Frente, supuestamente 250 mil, apenas consiguieron sumar a menos de 80 mil nuevos electores, es decir, un tercio de votante nuevo por cada militante.
Los territorios -esta es la nomenclatura que usan en el Frente para referirse a los diversos ámbitos ciudadanos- en que debieran haber obtenido buenas votaciones fueron un desastre electoral. Si el indigenismo es un componente importante del Frente, resulta que en La Araucanía apenas lograron algo más del 15%. En Magallanes, feudo regionalista de Boric, escasamente pasaron del 22%; y en las dos comunas en que el juvenilismo pudo haber sido un factor de relevancia para Sánchez y Mayol, juntos apenas obtuvieron un 36% en Valparaíso y un 29% en Santiago. Ahí, se pensaba, Sharp y Jackson iban a marcar presencia decisiva, pero no pasó nada. En total, había más de 13 millones de electores para conquistar, y ni siquiera se acercaron al medio millón.
Además, los tan cacareados movimientos sociales parecen haber estado completamente al margen. O ya se encuentran subsumidos en los partidos del Frente o, en realidad, no existen más allá de una que otra convocatoria por la Alameda. Y en cuanto a su base conceptual, ni hablar: el sesudo discurso sociológico fue derrotado, dentro del propio Frente, por el liviano relato comunicacional. A cuántos de sus adherentes, más lectores que parlantes, no les habrá dolido ver que primaba el micrófono sobre el libro, la imagen sobre el concepto.
Durante la tarde del domingo, ante la evidencia del pésimo resultado para el Frente, una periodista se empeñó en repetir una y otra vez, ante las cámaras, que esas cifras no eran comparables con las del conglomerado triunfante, porque estábamos en presencia de una conformación con pocos meses de vida. Es el mismo mensaje que han intentado difundir los dirigentes del Frente Amplio, para minimizar su derrota.
Pero no, no es en absoluto cierto que Sánchez y Mayol como candidatos, y Boric, Jackson y Sharp como sostenedores, estuvieran en desventaja. Por el contrario, jugaron con varios puntos a su favor: se suponía que los apoyaban los míticos movimientos sociales; se estimaba que los carismas personales eran de su propiedad; sumaban a su haber resonantes triunfos recientes; contaban con aprovechar el desprestigio de los partidos y de los políticos tradicionales; en fin, se presentaban con el aura de la juventud y de la novedad.
Esos eran los activos potenciales del Frente Amplio, pero hoy se muestran solo como las ilusas promesas de un éxito que no llegó. La cara y las sinceras declaraciones de Boric, la misma noche del domingo, lo decían todo. Era la confirmación de un claro fracaso, de una evidente derrota. En su primera gran oportunidad, se producía una enorme frustración.
Es cierto, eso sí, que el Frente Amplio tiene ya instalada una candidata en la elección presidencial. Y que con su trabajo podría lograr un resultado que le permita sobrevivir a esta primera experiencia. Pero, después del 2 de julio, ha quedado muy claro que sus fuerzas están más cerca del mito que de la verdad; sintonizadas con la utopía -lo que no se puede edificar en lugar alguno- y no con el Chile real.