Se despejó el panorama. Solo queda ver si Carolina Goic resiste hasta noviembre. Sebastián Piñera y Beatriz Sánchez fueron los ganadores indisputados de la jornada de anteayer y representan polos adversarios, más que distintos como personalidades, lo que hace una marcada diferencia. Alejandro Guillier perdió el impulso original y una desafortunada cadena de azares le hizo perder la visibilidad que otorgan las primarias, que en parte se crearon -en EE.UU.- para insertar en el ambiente un poco de malicia entusiasta.
Confieso que temía un desastre de participación con tantos factores en contra, el desinterés, el sabotaje -en el que hasta Guillier participó- y al final el dios pagano de nuestro tiempo, el deporte. En cambio, Chile Vamos tuvo un triunfo resonante sobre todo en La Araucanía (¡escucha, Chile!). La derecha rebrota a pesar de sus intentos de suicidio como el 2013. La victoria final no se ve tan fácil y la tarea apabulla, ya que solo echar a andar la economía no es cosa de una receta, para no hablar de otras tareas no menos inherentes a un gobierno. El Frente Amplio por su parte logró ahora sí instalarse bien en la escena política, aunque sin todo el
glamour del 2011, ese París 1968 estilo chilensis.
Beatriz Sánchez posee un halo, que es lo original de la campaña: la capacidad de transmitir una cordialidad y mirada a las cosas que se puede separar -casi tijeretear- del lenguaje de su coalición y lo que representa (no lo digo por el discurso de la noche del domingo, que deslució de su actuación general). Podría evolucionar perfectamente desde una trinchera antisistema a enriquecer al sistema mismo al reformarlo sin transformarlo, la quintaesencia del proceso democrático moderno (estuvo en lo correcto en su referencia a la Unidad Popular: el modelo de esta, la que lo hacía vivir, eran los sistemas marxistas, totalitarios). Como podría tener larga carrera por delante, cabe la otra posibilidad, que evolucione hacia una suerte de Pasionaria, cuyo atractivo es que construye leyenda aunque poca democracia que digamos, y al final de los finales poco mejora -en general empeora- al país en su conjunto.
De Sebastián Piñera se conoce su potencial y su obra; fortalezas y debilidades se presentan a la luz del día -y no escondidas como en otros- y por lo tanto se puede delinear un proyecto realista que a la vez confiera una dirección estratégica que también se le pueda explicar al país. Su fuerza no radica en un mensaje político robusto -más bien flaquea en este aspecto-, sino en la confianza más o menos espontánea de una parte del país de que por ahí va la razón de las cosas; y en la noción más fundada en lo tangible de que el gobierno suyo constituyó una gestión que no desmerecía para nada de la parte muy buena del Chile post 1989.
La campaña será dura y el resultado de segunda vuelta será estrecho (como en 2000, 2006, 2010), porque entre otras razones el país se ha articulado en dos grandes áreas, y esto no es algo malo mientras no haya polarización. Si gana Sebastián Piñera -ahora le doy 50% de probabilidad-, deberá formar un equipo que incorpore un sector con sentido político y un jefe de gabinete que no solo vigile la gestión diaria de gobierno, sino que represente un horizonte político y de metas más allá de la administración de 4 años, y más allá de la mera pero vital eficiencia económica: que el país debe confrontar con éxito los desafíos del futuro en convivencia, coherencia, unidad, seguridad, mejoría de la educación (poco se ha hecho) y posibilidad de coexistencia de valores -ni congelamiento del pasado ni dictadura de lo políticamente correcto- que también reside y residirá al interior de la misma derecha.