Mi mamá me zampaba antibióticos sin receta con cada sinusitis. Mal, mal.
La científica farmacéutica Ana Millanao, de la Universidad Austral, y el doctor Guido Girardi, senador, avivaron mi recelo frente a los antibióticos. Y me convenció el doctor Felipe Cabello, chileno, profesor del New York Medical College.
Expusieron en el seminario "Antibióticos en la producción de alimentos", en la comisión "Desafíos del Futuro", del Senado.
Los antibióticos buscan matar bacterias. Bacterias las hay malas y las hay buenas. Sin bacterias uno no podría digerir, ni pensar, ni vivir.
Las bacterias son más antiguas que los humanos; despliegan capacidad de defenderse desarrollando resistencias.
El doctor Cabello mostró la historia de las resistencias bacterianas ante los antibióticos. Las bacterias se transfieren resistencias entre sí, y estas se expanden hasta cubrir el globo terráqueo. Contra esas defensas, el antibiótico nada puede.
Me estremeció otro descubrimiento: los veterinarios en las industrias que producen animales como alimentos (ganadería, avicultura, piscicultura) recetan antibióticos.
Estos antibióticos pasan de los animales al medio ambiente, liquidan bacterias buenas y bacterias malas. Estas terminan creando resistencias, las comunican a sus pares y, a poco andar, los milagrosos antibióticos ya no las matan y hay que traer otros.
Los científicos mostraron el impacto en la zona de Calbuco de los antibióticos que emplea la industria de salmones. Las resistencias engendradas en ellos pasaron al medio ambiente, incluyendo a los humanos. "Aunque no tenemos una pistola humeante", dijo el doctor Cabello, todo apunta a que las resistencias pasan a las bacterias en el ser humano. Y la amenaza es que cuando realmente necesitemos un antibiótico, este ya no hará efecto.
Más del 80% de los antibióticos que se importan a Chile -toneladas- se usa en animales; la mayoría en la salmonicultura, no en humanos.
Tal chorro de antibióticos perturba todo lo vivo. Ataca bacterias buenas y malas. Y pasa al ambiente, cambiándoles la vida a los bivalvos, al zooplancton, a los vegetales, a los mamíferos marinos... Al sistema.
La sesión en el Senado, que contó con la exposición de Fernando Villarroel, gerente de Marine Harvest, y de Felipe Sandoval, de Salmón Chile A.G., concordó con la urgencia de la acción científica y tecnológica. Y de los ciudadanos.
No es que haya que prohibir los antibióticos, ni tampoco acabar con la industria alimentaria animal. Hay que investigar más, conversar con las comunidades y con los consumidores de nuestros alimentos en el exterior. Encontrar vacunas. Medir los impactos. Afinar la puntería. Congelar la expansión mientras no haya mejores datos. No mirar para el lado.
Hay un antibiótico en particular, me dice Ana Millanao, capaz de destruir la flora bacteriana en el humano durante tres años. Por suerte, solo se receta en los hospitales.
Quién sabe. Si otros, como mi mamá, creen que es llegar y tirar antibióticos, el daño es a la vida.