Tanto se habla de los problemas de productividad. Que son lastres para el desarrollo, que afectan a la macroeconomía. Todo es cierto, pero en su más pura expresión, significan perjuicios directos sobre las personas, limitan el bienestar de la población.

Bastó un poco de lluvia en Santiago para que apareciera la gotera. Don Ramón fue el elegido para resolver el problema. No fue fácil "convencerlo" de hacer la pega. Según él, la calidad de las nuevas construcciones en el sector es tan deficiente que la gente tiene que andar con paraguas dentro de las casas. Si bien seguro exagera, las goteras deben ser generalizadas y, por ende, su tiempo limitado. Negocia un mayor precio. Estamos ok. Acepta ayudar. "Estaré allí a las 9 am mañana" y cuelga.

A las 11:30 am recién aparece. ¿Por qué el atraso?, se le consulta. "¿Cuál atraso? Dije que llegaría en la mañana y aún no son las doce", replica. ¿Quién dijo que el cliente tiene la razón? Como sea, trabaja hasta la 1:00 pm (hora de colación). Vuelve dos horas después. A las 6 pm da fin a su jornada. El techo está a medio terminar. El día siguiente no aparece y solo lo hace el subsiguiente, con la misma rutina. En tres días termina el trabajo que debería haber tomado una tarde. "Por lo menos el techo luce bien", dicen los dueños de casa. Se equivocan. Otra lluvia, la misma gotera, un segundo maestro, la misma eficiencia. ¡El reino por alguien que haga bien la pega!

¿Cómo hacer más productivo a don Ramón? La educación, por cierto, es fundamental para las futuras generaciones, pero poco auxilia en este caso. Quizás un programa de formación en oficios con énfasis en las habilidades blandas (responsabilidad y comunicación) podría ayudar, pero Chile ha fracasado en estas iniciativas. ¿Certificación laboral? Podría ser la respuesta. Bien diseñados, estos sistemas promueven la competencia, imponen una cultura pro productividad y presionan a maestros chantas como don Ramón. Pero en el país los avances en este ámbito han sido lentos. Un ejemplo es Chile Valora. La iniciativa, buena en sus principios, es solo una isla en un sistema burocrático más desintegrado e improductivo que el que busca mejorar.

¿Qué queda entonces? Afectar reputación y las redes sociales facilitan la tarea. Basta darse una vuelta por internet para ver cómo los "Ramones" son destrozados. "Ni siquiera pudo leer un manual", "totalmente irresponsable", "dejó el trabajo a medio terminar", son comentarios que se repiten en los portales especializados. Todo con nombres completos, fotos e incluso RUTs. El tamaño del seudo-Dicom es aún limitado, pero es un tsunami imposible de detener. Son las fuerzas de mercado que lloran por mejor gestión y más profesionalismo.

Nuestro don Ramón aún no aparece en la web, pero de seguir guateando, seguro algún cliente frustrado lo "delatará". Es la rebelión en contra de la cultura del "maestro chasquilla". Así que tomen nota todos los "Ramones" en distintas áreas y profesiones. Cuando es difícil identificar a los buenos, los malos se transforman en el blanco. El tránsito a una cultura pro productividad puede ser lento y doloroso, pero el cliente siempre tiene la razón.