Chile ha crecido en los últimos 30 años, salvo en 1999, por la crisis asiática, y el 2009 por los sinvergüenzas de Wall Street. Es decir, como nunca en la historia de Chile hemos tenido un crecimiento económico tan sostenido. De hecho, la democracia bajo la conducción de la Concertación, de la Nueva Mayoría más "el paréntesis piñerista", ha crecido un promedio anual en torno al 5%. Solo para comparar, la dictadura cívico-militar de derecha, en sus 17 años, creció en promedio anual menos del 3%. La pobreza, de acuerdo a la Casen, que heredó la democracia en 1990, era del 38,8% de la población viviendo bajo esa línea. En la actualidad es el 11%. Aquí también cabe destacar que en la dictadura cívico-militar de derecha, y considerando el trabajo del profesor Arístides Torche, quien en 1970 realizó la primera medición de este tipo usando el criterio que posteriormente utiliza la Casen, es decir ingreso y canasta de alimentos, determinó para ese año un 20% de la población bajo la línea de la pobreza. Cabe recordar que esta cifra más que se duplicó durante la dictadura cívico-militar de derecha, alcanzando el 45% en la primera Casen de 1987. En definitiva, la democracia post 90 ha tenido y tiene dos grandes éxitos: haber crecido como nunca antes en la historia de Chile y haber disminuido la pobreza en forma sustancial.
Sin embargo, el trabajo del PNUD, recientemente publicado, nos muestra nuestro principal déficit como sociedad. Como lo indica dicho trabajo, utilizando el coeficiente Gini (Donde 1 es plena desigualdad y 0 es plena igualdad), en la actualidad tenemos 0,47. Ahora bien, cuando se inició la democracia en 1990, este indicador estaba en 0,52, incluso a mediados de esta época llegó a 0,55, es decir hemos mejorado en algo -mínimo- la desigualdad. No obstante, en mi opinión, los datos actuales siguen siendo escandalosos e indecentes. El PNUD nos dice que dividiendo a la población en cuatro grupos (clases bajas; clases medias-bajas; clases medias y clases medias-altas y altas) los ingresos de cada una de esas personas en dichos grupos son los siguientes: para el primer grupo (clases bajas) su ingreso promedio por persona son $250 mil, y corresponde al 25,8% de la población. El segundo grupo, clases medias-bajas tiene un ingreso por persona de $376.048, y corresponde al 50,7% de la población. El tercer grupo, clases medias, tiene un ingreso promedio por persona de $ 660 mil, y corresponde al 12,9% de la población; y finalmente, el cuarto grupo, clases medias-altas y altas tiene un ingreso promedio por persona de $1.400.000, y corresponde al 10,6% de la población. Es decir, el 90% de los chilenos tiene un ingreso-promedio igual o inferior a $660 mil.
Esta situación expresa una altísima concentración de la riqueza. El PNUD nos dice en esta materia lo siguiente: el 1% más rico en Chile capta el 33% de lo que genera la economía; y eso no es todo, el 0,1% más rico, 9.900 personas, se lleva el 19,5% de lo que genera el país. Esto, en mi opinión, es el principal problema de la sociedad chilena.
Los números anteriores explican la necesidad de ir cerrando esta brecha y justifican el programa de gobierno de Michelle Bachelet a través de las reformas estructurales, como asimismo los avances logrados en palabras de Guillier, "no merecen un solo metro atrás". La tarea de la centroizquierda en consecuencia, en todas sus expresiones, sin duda que es lograr mejor crecimiento económico, seguir disminuyendo la pobreza, pero enfrentar con fuerza y coraje la desigualdad escandalosa que aún persiste en Chile. De ahí que es tan importante perseverar en las reformas de Bachelet y que Guillier se haya comprometido a no retroceder, mejorarlas y proyectarlas. Ese es el desafío de noviembre.