Metro ha anunciado que retirará los boletos como medio de pago. Los tótems automáticos ya solo cargan tarjetas, lo que quizás haga redundante la presencia de boleterías. ¡Y las nuevas líneas tendrán trenes sin conductores! Noticias tan buenas como frías. Buenas, porque no se puede sino confiar en la seriedad y decisión con que Metro acomete las iniciativas para volver el sistema más cómodo y eficiente. Es bueno, como todo progreso hacia una tecnología mejor. Pero son noticias gélidas cuando leemos en ellas los signos de nuestros tiempos, que avanzan aceleradamente hacia una automatización total.
Ya se instala el paradigma de las smart cities, que buscan poner las tecnologías al servicio de la eficiencia urbana, especialmente las alternativas que se ofrecen con la georreferenciación y la navegación orientada en plataformas de planos. Las compras y trámites a distancia nos ahorran tiempo precioso y racionalizan los desplazamientos. Cada vez más avanzada y sencilla está la domótica o la posibilidad de comandar a distancia todos los aparatos eléctricos de nuestra casa. Todo apunta a que controlemos nuestro espacio, desde el doméstico hasta el urbano, desde los afectos hasta el mercado, mediante aplicaciones en nuestros teléfonos. Benditos aparatos que se vuelven, a la misma velocidad, tan indispensables como prontamente obsoletos.
Un espacio tecnificado requiere cada vez de mayor atención, porque todo cambia sin aviso. También requiere de capital porque las plataformas que nos dan más poder son también las más costosas. Además, cada autómata, cada expendedora, cada menú grabado al otro lado del teléfono, ocupa el lugar de una persona con empleo, asunto que no nos puede dejar indiferentes en un país groseramente desigual.
Los procesos automáticos disminuyen las posibilidades de error, pero aumentan las de quedar marginados del sistema. Porque los humanos seguimos errando, olvidando claves y perdiendo tarjetas. Y cuando un sistema falla, cuando la barrera del estacionamiento no sube, cuando el chip se dañó y simplemente no quiere, alzamos la vista en busca de un trabajador comprometido, que amablemente nos reintegra al flujo del mundo. Ningún sistema será nunca lo suficientemente smart como para reemplazar la razón y la empatía de una buena interfaz humana.