La vigencia de Jorge Díaz queda demostrada con la conmemoración de los 10 años de su deceso: un trío de sus obras coincide en la cartelera local, de distintas etapas de su prolífica dramaturgia y en estilos diferentes, aunque las tres fueron escritas para un actor y una actriz. Dando cuenta, además, de su multifacética creatividad; tanto, que en el enfoque en que ahora se presentan parecen destinadas a franjas bastante diversas de público.
La primera en debutar es, como correspondía, su primer éxito (si bien fue su tercera obra), firmado a los 30 años, en 1960, estrenado al año siguiente y luego representado hasta el hastío por grupos aficionados y en trabajos escolares. Se ha dicho de Díaz que introdujo en Chile el teatro del absurdo; a él no le gustaba que lo identificaran con esa tendencia. De hecho, en seguida viró hacia otros rumbos teatrales. Si "El cepillo de dientes" es un hito se debe a que abrió la dramaturgia chilena a la libertad impensada en la autoría teatral que eclosionó en Europa hace medio siglo o más, y que por acá apenas se sospechaba. En 1966, estando en Madrid, revisó el texto original y le agregó un segundo acto, menos conocido.
Esta versión, la de dos actos, se entrega bajo la dirección de Álvaro Viguera. Su propuesta, cercana a la teatralidad contemporánea y con algo de cómic, resulta llena de movimiento y luminosa, vital, alegre y juguetona, admitiendo incluso algunas canciones cantadas en vivo. Está claro que su objetivo es seducir para el teatro a una platea más bien juvenil y lo logra. Su mayor mérito es que renovándola así, recupera la frescura creativa del texto. Aquí, Díaz se siente feliz de bromear con su retrato de la intimidad de un joven matrimonio burgués que, de puro fastidio, juegan mientras toman desayuno a trocar roles y vivir situaciones fantasiosas.
La parte discutible es que el primer acto, porque lo conocemos bien y lo hemos visto tantas veces, da una clara impresión de ligereza, de algo bastante ingenuo, peor aún, de una dramaturgia ya superada por los años. O quizás los tiempos o nosotros mismos hemos cambiado demasiado. El humor ni siquiera suena absurdo, de inspiración ionesquiana; luce simplemente disparatado, buscando la risa del espectador mediante el giro incoherente y la irracionalidad.
Lo que no es necesariamente negativo, porque el montaje va de menos a más. El segundo acto, que tiene a la misma pareja en otro juego de roles mucho más elaborado y con rasgos de un thriller policial, parece harto más atrayente y divertido. Aquí, el humor tiene el toque contradictorio y ambiguo que conecta el absurdo -el cual nunca es inocuo- con la paradoja, lo surreal y el enigma. Consciente de esto, Viguera hacia el final hace entrar al escenario una gigantesca taza inglesa de té, perfecta alusión a Lewis Carroll y su "Alicia en el país de las maravillas". Agreguemos que los ejecutantes, Geraldine Neary y Luis Cerda, resuelven bien sus exigencias de la parte inicial, pero están más sueltos y mucho mejor en el acto segundo.
Teatro UC. Jorge Washington 26, Ñuñoa. Miércoles a sábado, a las 20:30, hasta el 24 de junio.