Durante las últimas semanas, los medios de comunicación nos han brindado la oportunidad de conocer las ideas de los precandidatos presidenciales. La experiencia ha sido pavorosa, particularmente en los extremos. Y no me refiero a la impresentable ignorancia de temas de interés público que son portada de diarios, sino a la abundancia de afirmaciones y propuestas sin fundamentos.
La apreciación no es subjetiva y recuerda en algo la Apología de Sócrates, sobre todo ante la insistencia de los periodistas por generar diálogos más profundos con los candidatos. ¿Fructíferos esfuerzos? Raramente, al final casi siempre se confirman las dudas. Es que no hay que ser experto para concluir de dichas interacciones que ni el aspirante ni quien lo entrevista saben del tema en cuestión, pero al menos el periodista sabe que no sabe. Y gracias al contraste, uno confirma que el político cree saber, aunque no lo hace.
¿Qué origina el problema? Difícil saber con certeza. Sin embargo, al menos en el ámbito económico, el desconocimiento de los siguientes tres principios básicos emerge como mínimo común denominador entre los más confundidos aspirantes a La Moneda.
Primero, que el ser humano prefiere más a menos. Esto no solo explica el malestar provocado por el freno de la economía, tema que parece no incomodarlos, sino también la obligación de no generar falsas expectativas. Segundo, que los recursos son siempre escasos. Si bien toda dueña/o de casa entiende la idea, estos aspirantes la ignoran. El supuesto de recursos ilimitados sostiene sus largas listas de promesas. Tercero, que los incentivos importan. "Expropiaremos empresas", "echaremos mano a los ahorros previsionales", "reduciremos la edad de jubilación", "todo para un Chile más justo". Estamos de acuerdo con el objetivo final, pero obviar los efectos negativos de estas ideas solo demuestra ignorancia. Chile sabe que políticas que no atienden los incentivos dañan más que ayudan en el largo plazo.
Seguro la lista es incompleta, pero tiene un valor adicional. Las fallas de varias políticas públicas implementadas en los últimos años nacen precisamente por el olvido de uno o más de esos principios. El fiasco de la gratuidad universal es el ejemplo más claro -expectativas desmedidas, recursos limitados y problemas de incentivos-, aun cuando las reformas tributaria y laboral no se quedan atrás.
Entonces, pensará Ud., el problema es más serio: ¡La ignorancia es estructural! Calma, aún queda tiempo para evitar cuatro años más de mediocridad. Chile no se ha hecho un tatuaje del que deba arrepentirse (aunque está cerca). Sus avances son sólidos y, por lo mismo, el votante mediano no necesita la Apología de Sócrates para sospechar de los "sabios" que piden actos de fe en su camino a La Moneda. Y más importante aún, a diferencia de EE.UU. o el Reino Unido, la gente recuerda los costos económicos y sociales de los errores, la fragilidad del progreso. Por eso la apuesta es simple. Tarde o temprano la sabiduría y la memoria del pueblo premiarán a los candidatos competentes.