A medida que el material contenido en los servicios de streaming se acumula sin cesar, se ha vuelto cada vez más trabajoso distinguir lo que aporta de lo que sobra. Eso, porque en cierta medida servicios como Netflix, Amazon e iTunes todavía funcionan con la vieja lógica del videoclub, poniendo los estrenos en vitrina y dejando el resto a la curiosidad de los usuarios más aventureros.
Así es como apenas hay que hacer scroll por la pantalla para encontrar la flamante segunda temporada de "Master of None" -la mejor comedia urbana de estos días-, pero se requiere mucha más paciencia para dar con la igualmente singular "Bojack Horseman"; e incluso haciendo clic sobre ella el usuario quizás necesite un último empujón para acabar de convencerse con algo que a primera vista se encuentra al borde de lo bizarro: una serie animada sobre las andanzas de un caballo que, allá por los años 90, alcanzó el estrellato a la cabeza de un exitoso programa de TV, pero que ahora mata los días armando fiestas en su mansión de Hollywood Hills, sin convencerse de que lo mejor de su carrera ya quedó atrás.
Se trata de una premisa similar a la que Larry David usó en "Curb Your Enthusiasm", para reírse de sí mismo y de la imposibilidad de volver a conseguir un impacto similar al de su serie "Seinfeld"; pero David se autorretrataba como un misántropo a quien su entorno social le resulta una cárcel. Bojack -cuya voz corresponde a Will Arnett, el desbocado Batman de los filmes Lego- persigue justamente lo contrario: para mantener la ilusión de la fama, busca estar rodeado de gente. No importa si se trata de imbéciles o sicofantes. Así como no hay publicidad mala, no existe audiencia inservible para el que vive y se alimenta de la mirada de los otros.
Y en este caso, los "otros" son literalmente un verdadero zoológico: el Hollywood de "Bojack Horseman" es un virtual satiricón donde los humanos cohabitan con todos los animales posibles; estos son sus colegas, amigos, adversarios, jefes, empleados, amantes, ex amantes, y tal como ocurre con los animales antropomorfizados del siglo XIX, su apariencia está en directa relación con los atributos de su personalidad y sobre todo con sus distintos grados de vanidad. Un mundo de ricos y famosos -y de los no tan ricos y famosos que viven a su costa- qué rápido se descascara y se ridiculiza hasta la miseria en la medida que Bojack y su bandita pisan el palito, una y otra vez: en la primera temporada, el caballo cae en la trampa de escribir sus memorias (con la ayuda de una escritora fantasma, por supuesto); en la segunda, intenta volver a primera línea con un filme biográfico (la historia del triple coronado Secretariat, nada menos), y en la tercera, busca insólitamente ganarse un Oscar a Mejor Actor.
Sus quijotadas divierten por lo desquiciadas y porque el show está escrito con el balance perfecto entre empatía y crueldad, pero dejemos de pensar por un momento que el programa es acerca de un enorme caballo animado al estilo de los Simpson: todo lo que Bojack hace para volver a la cima es lo que haría un actor que, pasados los cuarenta años y tras un par de décadas de juerga y excesos, busca aferrarse a una última oportunidad. De hecho, es la jugada que en su momento intentaron Mickey Rourke y Robert Downey Jr. El primero obtuvo su nominación al Oscar, pero volvió a las sombras. El otro es millonario y anda por ahí, jugando a ser Iron Man. Hollywood los encumbró, los denunció, los rescató y luego los celebró, antes de -probablemente- escupirlos una vez más.
BOJACK HORSEMAN
Creado por Raphael Bob-Wacksberg.
Con las voces de Will Arnett y Alison Brie. Estados Unidos, 2014-17.
Disponible en Netflix.