Ignacio Agüero, en su documental "Como me da la gana" (1985) y en media hora, entrevistó a un grupo de cineastas que filmaba en los años 80 y durante la dictadura, pero el régimen militar es un dato periférico, porque lo que palpita en el documental es algo muy superior: el cine y su materia, razón y público.
Agüero, 32 años después, repite el procedimiento en "Como me da la gana II", es decir, vuelve a interrumpir el rodaje de unos cineastas que ya no son contemporáneos, y ahora son jóvenes y podrían ser sus hijos -Pablo Larraín, Marialy Rivas, Niles Atallah o Christopher Murray-, para inquirir por lo que es propiamente cinematográfico, y en definitiva qué es el cine y para qué se hace.
-¿Y esto qué tiene que ver? -pregunta Sophie Franca, en off, porque Agüero le está mostrando a ella y a los espectadores las imágenes de su propia familia.
Y ahora el director está en Rusia y en un hotel, frente a un espejo y cámara en mano, encuadra su reflejo de ese tiempo.
Franca pregunta porque es la montajista y debe unir piezas, darle sentido, y lo de ahora, a diferencia del documental de 1985, es algo distinto, más rico en imágenes, en tiempo transcurrido, y es otra la emoción, la edad y la mirada.
Se puede empezar de nuevo y por eso la película se reinicia y la imagen se va a negro y otra vez aparece el título en pantalla: "Como me da la gana II".
Agüero continúa interrogando a los cineastas, también a José Torres Leiva, que en "El viento sabe que vuelvo a casa" (2016) lo dirigió como actor. De ese viaje a Chiloé se rescatan momentos del rodaje y alguien que no había aparecido: Pablo Sotomayor, un hombre que vive con sus padres, encontró su destino y no necesita preguntarse nada: "Estoy en mi casa, sentado".
Esta película pudo tener otro nombre, algo como "Alicia en un país", porque el director recupera las imágenes de "Cien niños esperando un tren" (1988), donde Alicia Vega les enseña a los niños a ver cine, y algo del travelling, los fotogramas y los hermanos Lumière.
Una cámara fija encuadra unos textos de tapas blancas y anillados negros, que una mano -quizás la de Agüero- va dejando caer, uno tras otro. Cada uno de esos textos es la evaluación anual del curso de la profesora: talleres de cine.
El primero es de 1985, y así, año tras año, pasa una década, otra y hasta recién ahora, el 2015: en la escuela Marcela Paz de Recoleta.
Desde la parroquia Juan Carpintero a la Santa Cruz de Nogales, por Ancud y La Legua, por Queilén y Pudahuel, también por Chuchunco.
En todas estas imágenes, en las antiguas películas y en los testimonios de los cineastas, pero también en un zorzal por el jardín o en esos dos cementerios frente al mar, por el sur y el norte.
También en la viuda de Sergio Maureira, que en una noche y por los Hornos de Lonquén, perdió a su esposo y sus cuatro hijos. En los ojos de los niños que miran cine. Es su filmografía, son sus raíces y es su naturaleza.
Y así será el montaje de Sophie Franca.
Ignacio Agüero puede decir del cine lo que Jorge Teillier dijo del bosque: un día silbó su nombre.
Chile, 2016. Director y guionista: Ignacio Agüero. 86 minutos.