Después de la cuenta de la Presidenta Bachelet, dos cosas saltan a la vista:
La primera es que este ha sido indudablemente el gobierno más transformador desde 1990. Es el primero que ha intentado impugnar el modelo de la dictadura. Es el primero que entendió que su responsabilidad histórica era superar el modelo neoliberal.
La segunda es que, pese a lo anterior, la transformación del modelo neoliberal fue neutralizada. Esto es ilustrado por la suerte de algunas de las reformas centrales, como la reforma laboral y, especialmente, la gratuidad en educación superior y la nueva Constitución. La idea de gratuidad, que era una impugnación a la lógica de mercado, terminó siendo algo difícil de distinguir de un voucher más grande. Un voucher , por cierto, no impugna, sino ratifica al mercado. Después de un inicio participativo, el proceso constituyente volvió a procedimientos en que solo se puede modificar lo que la derecha aprueba (y durante este gobierno hemos aprendido que la derecha, que defiende el modelo político y económico neoliberal, está tanto dentro como fuera de la Nueva Mayoría).
Estas dos observaciones parecen contradictorias, pero apuntan a una cuestión central detrás de la situación política actual. Durante este gobierno hemos aprendido que la forma política binominal es una forma política neutralizada, es decir, incapaz de asumir la tarea de realizar transformaciones significativas. Es una forma política que no crea poder político (que para eso existen las instituciones democráticas), y que entonces simplemente no puede realizar transformaciones profundas.
Esta es la explicación de la deslegitimación creciente de todas las instituciones representativas, de la idea misma de representación política: la sociedad chilena desde hace ya más de una década demanda una transformación del modelo neoliberal, y el sistema político no puede responder. Todo lo que es capaz de hacer es intentar reformas que se anuncian como transformadoras, pero que, a medida que avanzan institucionalmente, van siendo neutralizadas hasta que, en el mejor de los casos, terminan como algún tipo de "perfeccionamiento".
Hubo algunas excepciones durante el primer año de este gobierno (la más notoria, la Ley de Inclusión), pero eso se explicaba por la situación especial en la que comenzó su gobierno la Presidenta Bachelet. Después de ese año, la república binominal volvió a la normalidad.
Es lamentable que quienes desde la izquierda critican a la Nueva Mayoría ignoren esta dimensión, porque la ven como una explicación exculpatoria, y quieren enfatizar que las promesas transformadoras de la Nueva Mayoría son falsas.
Lo que da espacio para esta crítica es el exceso de entusiasmo, que es probablemente inevitable cuando llega el momento de hacer el recuento final. Es un error describir las innegables reformas como lo ha hecho la Presidenta, diciendo que ellas implican "la eliminación de los últimos vestigios del modelo neoliberal que quedaban en Chile". No desacredita a una coalición como la Nueva Mayoría que no tenga poder suficiente para transformar, porque el poder con el que cuenta un gobierno no depende solo de él. Lo que sí es problemático es que describa lo que en los hechos fue posible hacer como si fuera el cumplimiento total de su promesa original. Esto es lo que más claramente puede reprocharse a la Concertación, que se convenció a sí misma de que el neoliberalismo que administraba era "socialdemocracia". Fue tan eficaz que se convirtió en una coalición en ese sentido "socialdemócrata"... es decir, neoliberal.
La superación del neoliberalismo requiere de una política distinta, una capaz de transformar. Su condición mínima es la unidad de quienes buscan la superación del neoliberalismo, pero una unidad que no es concierto de dirigentes políticos, sino de fuerzas sociales. El desafío que enfrenta la izquierda en los años que vienen es la construcción de esa unidad social y política.
Fernando Atria