En momentos de debilidad, las izquierdas chilenas se fragmentan y luchan unas contra otras.
Mientras fueron partidos pequeños, los socialistas y los comunistas se combatieron con entusiasmo en el Chile de los años 30 a los 50. Poco después, conscientes de que apenas eran un tercio del electorado, miristas y comunistas se agredieron sistemáticamente durante la UP.
Y ahora, a las puertas de perder el poder que los ha reunido durante casi 30 años, las izquierdas vuelven a mostrarse sus dientes y sus garras, una contra la otra, en una lucha fratricida que será sin cuartel.
En un rincón, la izquierda burocrática, los anquilosados partidos que apoyan a Guillier; en el otro, con ágil juego de piernas, la izquierda vital y emergente, el Frente Amplio.
Esta no va a ser pelea pareja.
Mientras los partidos de gobierno solo podrán contar con las Juventudes Comunistas -milicias civiles-, los partidarios de Beatriz Sánchez desplegarán comandos en todos los frentes de la actividad nacional. La lucha será dispareja, porque ni el PS, ni el PR, ni el PPD podrán aportar savia joven para frenar la acción entusiasta y multifacética que desplegarán sus rivales, los indignados del Frente Amplio. Estos tipos se mueven: eso hay que reconocerlo. Las juventudes gobiernistas (con excepción del PC) no existen: eso tienen que asumirlo.
En el casa a casa, en el feria a feria, en cada debate, la disputa se va a centrar en los temas que las mismas izquierdas consideran decisivos para conquistar a su electorado.
Por una parte, las grandes cuestiones morales y culturales.
Sobre el aborto, los gobiernistas insistirán en las tres causales, pero sus rivales los desafiarán validando el aborto libre (o sea, abiertamente criminal). Sobre la marihuana habrá acuerdo; obvio: en ambos lados, muchos fuman. Y en cuanto a homosexualidad y eutanasia, con pocos matices, unos y otros competirán por quién es más audaz, más moderno, dirán. Cada uno buscará rebasar a su rival por el flanco izquierdo.
Sobre la economía no habrá cornadas. Todos rechazarán la libertad de emprendimiento, porque hoy no existe izquierdista en Chile que pueda aceptar la fuerza creativa de la libertad. Es mucho pedir.
En materias constitucionales, el acuerdo será parecido: Vamos todos a una asamblea constituyente, en la que podamos gritar al unísono: no más dictadura, no más Pinochet. Después vemos, ahí dentro, cómo nos descueramos unos a otros.
Pero la lucha va a ser sin tregua en otros temas.
La izquierda burocrática defenderá su gestión reformadora y, entonces, la izquierda movilizada la atacará acusándola de corrupta; la izquierda institucional retrucará afirmando que el Frente Amplio carece de toda experiencia de gobierno, a lo que los indignados contestarán que están puros y limpios para hacerse cargo del Estado; la izquierda de los partidos gobiernistas los acusará de anarquismo, a lo que los de Jackson y Boric replicarán acusando a los de Guillier de haber rechazado las demandas del movimiento social.
No se van a dar tregua, porque la lucha de las izquierdas, en estas situaciones, suele ser a muerte.
En todo caso, la izquierda burocrática tiene una gran ventaja: cuenta con el aparato estatal, con la maquinaria intervencionista del Gobierno, con los recursos fiscales; al frente, la izquierda sublevada solo podrá oponer como baza de triunfo la convocatoria de cientos de miles de electores vírgenes, de jóvenes nunca antes involucrados en estos procesos.
Y, por cierto, existe otra gran interrogante:
¿Enfrentarán los medios de comunicación a estas dos izquierdas, para mostrar con transparencia sus posiciones? ¿Veremos un debate Guillier vs. Sánchez?