Despejada la incógnita de la elección francesa, se puede avizorar el panorama político, más relacionado con nosotros de lo que comúnmente se piensa. El rotundo triunfo de Macron fue decisivo en señalar un mandato y uno de los logros personales más extraordinarios en la historia de las democracias modernas. ¿Un mandato para qué? Ahora solo comienzan los problemas para Francia y para Europa. En los próximos meses y años podremos ver si Macron fue solo una figura de cera surgida del azar, creatura de un aparato fabricado y de golpes de suerte sucesivos, junto a un indiscutible don personal para construirse una imagen; o bien asomará un liderato de nuevo cuño que sea capaz de reconstruir una mayoría de centroderecha que permita renovar a Francia y sacarla de su marasmo actual. Con todo, el país no está tan mal como sostienen los críticos, aunque no posee el dinamismo alemán para poder cogobernar la Unión Europea.
Entendiendo que el fulgor político nunca es duradero, hoy nos alimentamos demasiado de figura en figura; recordemos las esperanzas que levantó Hollande en la izquierda y no solo en Francia, en torno a la idea de una salida mágica al estancamiento ampliando el Estado de bienestar. No ha salido de allí, aunque no se pueda hablar de una catástrofe. Por otro lado, las estrategias socioeconómicas basadas en el mercado suelen tener el pequeño gran problema de que solo pueden ser fecundas en un plazo bastante prolongado, mucho más que la duración del ciclo político. En Francia queda todavía la elección parlamentaria, que no traducirá automáticamente la votación de los dos candidatos de anteayer. Aquí el panorama es más complejo, aunque hay algunas cosas claras.
Una es algo obvio, el eclipse de los partidos tradicionales. El otro es el fracaso (temporal) del populismo nacionalista y el de izquierda de Mélenchon. Sin embargo no se olvide que entre ambos obtuvieron un nada despreciable 40% en la primera vuelta y, aunque los votos puedan provenir de origen disparatado, en la segunda la cifra disminuyó en el apoyo a Marine Le Pen. En todo caso, a partir de las presidenciales la izquierda quedó articulada en dos versiones. Una de ellas es antisistema y la otra, muy debilitada por ahora, socialdemócrata, aunque las cosas se pueden decantar al revés y el populismo chavista -a cuyo fundador Mélenchon decía admirar- ser flor de un día.
Es imposible que la votación obtenida por Marine Le Pen en la segunda vuelta se repita en las legislativas, mas ha alcanzado un grado de persistencia en el panorama general de Francia que ha trabajado por décadas; no será flor de un día. Si uno es optimista y suponiendo que el gobierno de Macron halle algún norte más allá del éxito comunicacional hasta ahora alcanzado, el Frente Nacional podría seguir la huella de los neofascistas italianos, que derivaron paulatinamente en una derecha común y corriente que contribuyó a la coalición encabezada en su momento por Berlusconi, lo mismo que por otro lado sucedió según otro ritmo con el comunismo italiano. Al revés, puede derivar en una suerte de peronismo francés, promotor de causas que van de la extrema derecha a la extrema izquierda.
Improbable. Con todo, muestra la fragilidad inherente a la democracia, la que puede también escoger su propia destrucción. Es capaz también de ser un centro de gravedad de la civilización global, como lo ha sido la república francesa -junto a las democracias anglosajonas- y que además no solo su dinámica tuvo influencia en nuestra formación republicana de América Latina, sino que también ha habido más de un paralelismo con Chile a lo largo del siglo XX en el arco ideológico hasta nuestros días.