La situación de la derecha me recuerda a esos compañeros de curso que todos hemos tenido: gente que no destacaba especialmente, pero que, pasados los años, revela unos talentos ocultos que nadie adivinaba. A todos nos parecía que la derecha era definitivamente mala para la política. Así, mientras la Concertación tuvo sus primarias en 1993, la derecha solo consiguió hacerlas en 2013: veinte años después. La centroizquierda supo armar toda suerte de alianzas variopintas; entre tanto, la UDI y RN discutían a muerte por las cosas más intrascendentes. Los de allá tenían relatos, los de acá solo gráficos y estadísticas.
De pronto, todo parece haber cambiado. Los otrora maestros de la política hoy parecen niños aficionados. El socialismo no solo se muestra incapaz de hacer primarias, sino que mata a su propia gente y se queda con un candidato completamente ajeno a su yo más profundo; el PPD levanta uno y termina por retirarlo; su político más experimentado comienza a correr solo en septiembre y se queda sin aire en abril; a la DC habría que regalarle una brújula, unos dados o cualquier otra cosa que la ayude a superar sus crisis de identidad.
Mientras tanto, la derecha nos sorprendió con un buen desempeño en las últimas elecciones municipales; va a tener sus primarias; irá a las elecciones parlamentarias con una lista unitaria; ha mostrado cultura política para enfrentar sus diferencias, y no le faltan ideas. Además, Piñera parece haber aprendido varias lecciones y hoy actúa como político. No se trata solo de que mantenga una actitud abierta y positiva ante los partidos, sino que ha metido en su discurso ciertas categorías, como la solidaridad, que en otros tiempos se escuchaban muy poco en el lenguaje del sector.
De un tiempo a esta parte, la derecha parece haberse vuelto buena para la política; tanto que no necesita añorar las fórmulas tecnocráticas ni, mucho menos, las soluciones autoritarias. ¿Qué pasó?
Lo primero que hay que advertir es que nos hallamos ante un fenómeno que no está consolidado: se trata solo de ciertos aires diferentes, de una brisa otoñal que parece estar llevándose algunas prácticas marchitas. Nada asegura que las hojas del pasado sean efectivamente reemplazadas por brotes nuevos.
Hecha esta prevención, me atrevería a señalar un factor, entre otros, que ha influido en este cambio de actitud. Me refiero al fin de los subsidios. Desde 1990, la derecha había sido subsidiada por el binominal, un sistema que tenía muchas cosas buenas para el país, pero que producía un efecto adormecedor sobre ella (con poco esfuerzo se aseguraba una amplia representación parlamentaria). Eso se acabó: ahora nadie le regala nada. La derecha parece haber entendido que deberá transpirar para obtener cada voto, y que para tener algún futuro debe articular fórmulas unitarias, particularmente en unos tiempos donde la izquierda tiende a la disgregación.
Por otra parte, el cambio de las leyes que regulan el financiamiento de las campañas puso abrupto fin al segundo de los subsidios que la tenían acostumbrada a no esforzarse demasiado. Me refiero, naturalmente, al financiamiento que recibía de parte de los empresarios. Esta fuente de ingresos tenía muchos inconvenientes. De partida, la hacía aparecer como la mano larga del empresariado, lo que no resulta muy conveniente en ningún momento, pero menos ahora, en que ese sector experimenta un desprestigio considerable. Además, el amor empresarial resultó ser más voluble de lo que pensaba la derecha. No hay que olvidar que la última elección presidencial mostró que algunos grandes empresarios atendían más al bolsillo que al corazón, y no tuvieron problemas a la hora de ser muy generosos en el financiamiento de la campaña de Bachelet y otras figuras de la centroizquierda. Quizá pensaron que sus donaciones les iban a permitir suavizar las barbaridades que decía el programa.
Perdidos estos subsidios, la derecha quedó más libre, se convenció de que las elecciones se ganan a punta de ñeque, y se puso a trabajar con más humildad que recursos. Ese trabajo parece haber rendido frutos y permite pensar que la derecha puede llegar a tener talento político. "Demasiado bueno para dejarlo ir, demasiado bueno para ser verdad", cantaría Motörhead.