En los años electorales y en este no digamos, los espectros y fantasmas de 1973 se envalentonan y en vez de brillar por su ausencia, se aparecen a cada rato.
En las esquinas, discursos, gritos o arengas.
El latido y pulso aún lo proporcionan esas generaciones cruzadas y marcadas por los lejanos acontecimientos de ese año.
Fue un año notorio, inolvidable y con aureola, para algunos torcida, torva y chueca, y para otros recta, inspiradora e iluminada, pero una cosa eso sí: histórica. Fue un descenso al cielo y un ascenso al infierno. Da lo mismo, porque si se cambian los factores se llega al mismo producto. ¿Y cuál es el producto terminado y manufacturado?
¿Cuál es el Chile actual? He ahí el problema, porque todavía no nos dejan en paz y no se esfuman.
Las generaciones de ese entonces, en la actualidad, integran la tercera edad y muchos son ancianos y ancianas en camino hacia la gran hamaca.
Hacia allá avanzan, pero bien de a poco. Muy de a poco.
Una vieja sueña con el castillo encantado de la UP sobre una cumbre borrascosa.
Un viejo se enferma con el poder popular.
Una vieja se cansa de colgar momios.
Un viejo se sirve una ensalada de upelientos fríos.
Generaciones marcadas por un movimiento telúrico denso, turbio y complejo que al igual que en la sismográfica se mide con varias escalas, y a veces será la de Ritcher y en ocasiones la de Mercalli.
No existe la escala única, solo un terremoto en el pasado y unas réplicas que nunca se han ido.
Para algunos será Golpe de Estado, si es por fuerza, energía liberada y magnitud de la onda.
Para otros Pronunciamiento Militar, si es por los daños que produjo, la forma de las ondas y como lo sintió la población.
Y unos lo pesan por quintales y otros por onzas, o bien por arrobas y también por quilates.
Esas generaciones viven en conserva y aún perduran en el siglo XXI, aunque su cosecha sea tan antigua. Parece mentira, pero no: son los espíritus y legiones del 73.
Debieron haber pasado de moda, pero resistieron.
Aún no se los llevó la vieja.
No siguen trotando como ayer, pero sí caminando con cuidado, que en el más amplio de los sentidos también abarca la coloquial expresión de arrastrar las patas.
Se mantienen bien conservados y parados en la hilacha, aunque este fin de semana igual se nos va alguno.
Se distinguen por cascarrabias, rencorosos y desconfiados.
Son huraños porque algo perdieron de una forma, de la otra y más bien de las dos.
El mundo se transformó y como los puntos cardinales se confundieron, esas generaciones aún no saben si su bando e ideas triunfaron profundamente o si finalmente fueron derrotados.
Así que se van a ir a la tumba con esa duda existencial y acuciante, y con el último suspiro, cómo no y por supuesto, claro que lo preguntan.
Antes de desenchufarme, patear el tablero o apagar la luz, dime la verdad: ¿ganamos o perdimos?
Es la clásica pregunta de los veteranos del 73.
Los de un lado y los del otro.
Ante tamaña pregunta ya sabemos lo que hay que decir.
La respuesta recomendable y cariñosa, si uno es familiar, amigo o conocido, es una sola: mentirle.